El abrazo, de David Grossman
Ilustrado por Michal Rovner
Un cuento sobre cómo los abrazos pueden significarlo absolutamente todo
Nos abrazamos. Nos abrazamos por sentir al otro, por reconocerle su lugar, para saludar a alguien que hace mucho tiempo que no vemos, o para despedir a aquel amor que girará la esquina y desaparecerá para siempre. Abrimos nuestros brazos por muchos motivos. Por dar paso a una nueva vida, porque aquello que tenemos no se pierda nunca, para dar la bienvenida a alguien que se convertirá en alguien importante, pero también para dar la bienvenida a alguien que no debería convertirse en ello. El abrazo es un cuento, pero en realidad podríamos llamarlo una pequeña novela. Ese tipo de historias que no necesita de muchas páginas, que no necesita de muchas palabras, para que llegue de improviso, para que se quede con nosotros, para que viva con nosotros para siempre y se convierta, de la noche a la mañana, en uno de esos relatos que pasa de mano en mano, que muchos dedos acarician y muchas bocas susurran, al calor de una noche mágica, al frío de un amanecer de un nuevo día, al viento de un precipicio en el que rompen las olas y que horadan la roca y la moldean a su gusto. Es un sentimiento, no sólo un abrazo, porque en ese contacto, en esos segundos de roce de dos cuerpos que vuelven a tocarse, hay un universo entero que es incapaz de describirse con la exactitud que requiere.
David Grossman es un escritor consagrado, un escritor de novelas que ya lleva un recorrido en esto de la literatura. Por ello, cuando tuve la oportunidad de encontrar el libro que estoy reseñando, me sorprendí por la sencillez de su historia, que encerraba en su interior muchas de las dudas que me habían rondado por la cabeza durante tanto tiempo. ¿Qué significan los abrazos? ¿Qué son los abrazos sino extensiones del amor más incondicional? ¿Los adultos hemos perdido el significado de los abrazos? ¿Son sólo los niños capaces de encontrar esa pureza que un abrazo encierra? Y es que en este nuevo libro editado por Sexto Piso nos encontramos con un niño que le pregunta a su madre ese tipo de cuestiones que no tienen una respuesta adecuada, que no tienen una única respuesta, y que ante el abrazo, ante acercarse al otro, ante hacerle saber que está contigo, que tú estás con él, muchas de esas soluciones llegan de inmediato, sin necesidad de palabras, simplemente sintiendo que nuestro vello se eriza y sentimos que el otro está ahí, que es de verdad, que lo que os une es algo que va mucho más allá de las palabras. Porque en este mundo, lleno de palabras, muchas veces nos olvidamos que con los abrazos somos capaces de convertirse en uno, siendo dos, o tres, incluso cuatro, para que esa unión no se pierda nunca.
Somos precipicios que andan intentando no caerse nunca, no echar por tierra nada de lo que hemos conseguido, no hacer que desaparezcan las estrellas que cayeron un buen día para llenar los espacios vacíos que una vida solitaria hubiera causado. El abrazo es algo universal, porque en cada estación, en cada minúsculo punto de este globalizado planeta, son ellos, los abrazos que aquí se cuentan, los que contienen un significado que todo el mundo puede entender. Por eso nos seguimos abrazando. A imposibles, a relaciones, a personas que son como el sustento que las plantas encuentran con sus raíces, a las nubes que se mueven con el viento y son como los caprichos que un día vienen y otro se van. David Grossman nos llena el corazón con una historia que bien podría ser real, que bien podría construirse en una de las habitaciones que recorremos cada día, buscando ese deseo perdido, buscando y no encontrando el significado del amor más puro, de ese tipo de amor que se da sin querer recibir nada a cambio. Una historia que nos devuelve lo único que somos todos, que somos cada uno de nosotros, haciéndonos revivir con los ojos de un niño pequeño, el abrazo de una madre que explica lo que tantos investigadores han intentado descifrar sin llegar a conseguirlo: que el abrazo lleva en su interior mucho más que una simple caricia. Porque el abrazo, en su fondo, en la superficie de los brazos que rodean otro cuerpo, lleva incluido una fuerza que une dos mundos, que une dos universos que parecían distintos, que parecían completamente diferentes, y que se convierten en universales por el simple hecho de haberse encontrado en el mismo momento, en el sitio adecuado, y con las personas adecuadas.