No suelen llamarme la atención los booktrailers, pero reconozco que el de El abrigo de la carnicera, de Lilia Carlota Lorenzo, fue clave para que me decidiera a leer la novela. Sus frases hicieron diana en mis gustos: «Los colores de García Márquez, la melancolía del tango, la crueldad de los hermanos Coen». Y por si estas comparaciones no fueran suficientes para hacerme sucumbir, añadía los adjetivos «irónica, indolente, deslenguada y sanguínea». Vamos, que si cumplía con lo que prometía, me iba a encantar.
La señora Fernández, costurera y madre de un niño atolondrado; la señora Andreani, maestra, mujer del carnicero y madre de la Gordi; las hermanas Paganini, la hermosa Solimana y la retardada Marcantonia, propietarias de la mercería; la viuda Manchú, la estrambótica telefonista que apunta en un cuaderno los chismes de los que se entera; Zotikos, un inmigrante griego jubilado que espía a todos desde la cerradura de su puerta… son algunos de los vecinos de Palo Santo, un pueblo de la pampa argentina que, allá por 1943, momento en el que transcurre la historia, apenas contaba con 207 habitantes. Lilia Carlota Lorenzo relata su cotidianidad y las relaciones que existen entre ellos —dominadas por las más bajas pasiones en la mayoría de casos— para hilvanar los acontecimientos que confluirán en el asesinato de uno de los vecinos.
En las primeras páginas asegura que se trata de un hecho real, aunque ocurrió en un pueblo que ya no existe. Muchos escritores creen que basta con partir de un hecho real para que su historia sea verosímil, y se equivocan. La verosimilitud de una novela depende de la maestría de su autor, y de eso, afortunadamente, Lilia Carlota Lorenzo va sobrada, porque ha escogido las palabras y los gestos idóneos para construir una ambientación y unos personajes convincentes. Desde el arranque de la novela, su retrato del costumbrismo de la época hace que nos traslademos a un diminuto pueblo argentino de principios de los años cuarenta. Los personajes —perezosos, soberbios, envidiosos, glotones, lujuriosos— son detestables, incluso vulgares en más de una ocasión, pero todos igual de creíbles e interesantes. Y cada una de estas piezas contribuye a que la tensión de la novela vaya in crescendo: detrás de la monotonía del discurrir de los días intuimos la desgracia; aunque no acabamos de adivinar por dónde vendrán los tiros (nunca mejor dicho), y por eso mismo nos mantenemos pegados a sus páginas.
El abrigo de la carnicera lo tiene todo para atrapar a aquellos lectores a los que les gusten las novelas en las que las relaciones entre los personajes son los principales pilares. Sin embargo, detalles como que los diálogos estén señalizados con comillas, en lugar de rayas, pueden chirriar a muchos, entre los que me incluyo. Quizá se deba a que se publicó primero en Italia y, tras la traducción, no se ha corregido el texto, en el que hay, además, bastantes erratas. Como he manifestado en otras reseñas, descuidar la revisión es una práctica cada vez más frecuente, y no solo pecan de ello los autopublicados, sino editoriales conocidas. Una lástima, sobre todo cuando desmerecen historias tan buenas como la de El abrigo de la carnicera. No obstante, los lectores dispuestos a hacer la vista gorda en ese aspecto disfrutarán de su lectura. Al menos yo lo he hecho. Las grandes expectativas que el booktrailer creó en mí han quedado más que satisfechas.
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