El abrigo de Proust, de Lorenza Foschini
Lorenza Foschini nos cuenta en este pequeño libro una historia, y elige sabiamente hacerlo en forma de documental porque si hubiese novelado lo que El abrigo de Proust muestra, probablemente nadie lo habría creído. La forma narrativa que ha elegido la autora confiere a la historia la dosis necesaria de verosimilitud que la realidad se niega a prestarle por más que Lorenza Foschini se apresure a advertirnos de que todo lo narrado es rigurosamente cierto. Afortunadamente mantenemos vivo en el interior de nuestro espíritu descreído algo que nos mantiene lo suficientemente alerta frente a la irracionalidad que nos impide creer en determinados comportamientos que, sin embargo, no sólo son reales sino que son incluso frecuentes.
Podría sintetizar el núcleo fundamental del Abrigo de Proust diciendo que Lorenza Foschini nos cuenta, y el relato es apasionante, la historia de la recuperación de muchos de los efectos personales de Marcel Proust por parte de Jacques Guérin, acomodado perfumista francés, admirador del genial escritor de la Recherche y mecenas de las artes, quien básicamente arrancó de las llamas a las que su cuñada las había condenado gracias a la intermediación de un ropavejero llamado Werner. El hermano de Marcel Proust, Robert, era un reputado cirujano que tuvo que tratar a Jacques Guérin de una apendicitis a consecuencia de lo cual entró el mecenas en contacto con los manuscritos de En busca del tiempo perdido, pero no fue hasta la muerte de este cuando logro hacerse con los mismos, así como con cartas, dibujos, con los muebles de la habitación del escritor y, como no, su abrigo.
Pero siendo lo expuesto como es una trama detectivesca de lo más literario, lo verdaderamente impactante de esta historia no es el rescate de aquello que Guérin logró salvar para engrosar su colección personal personalizada muy especialmente en el abrigo de nutria que Marcel Proust lucía independientemente de la época del año que fuera o la temperatura que tuviese que soportar, sino precisamente el hecho de que fuese necesario salvarlas. El hermano primero trato de ejercer un férreo control sobre la edición de los manuscritos, pero su mujer posteriormente trato de eliminarlos por algo tan abstruso como salvaguardar el buen nombre de la familia.
En el caso de la cuñada había otros condicionantes, no sólo sentía un intenso resentimiento hacia aquel con quien no tuvo un matrimonio especialmente feliz y su familia sino que siempre se negó a leer una sola palabra de las “mentiras” que su cuñado había escrito. Su desprecio hacia la persona y la obra de Proust le llevó a desprenderse de esos “papperassouilles” (¿qué tiene el francés que hasta para un concepto como “papelucherío” tiene un término tan hermoso?) en un momento en que este ya gozaba de un notable reconocimiento. Tengo para mí que esa es la verdadera fuerza de esta obra de Lorenza Foschini, la contraposición de la obra y la vida. La obra de Proust frente a la vida de los demás, sus familiares. Y en esto abunda el postfacio que cierra la obra, ¿por qué necesitamos saber de los autores algo más que su propia obra?, ¿qué aporta a una obra ese fetichismo del que en cierta medida todos somos presa en algún momento? El propio Proust se declaraba enemigo de esa concepción de la obra como un todo con la vida privada del autor, sin embargo su legión de seguidores ha tratado desde siempre (y sigue haciéndolo) de conocer lo que hay detrás de la obra, aquello que él mismo se esmeró en esconder.
Pienso que hay que diferenciar entre los papeles, de incuestionable valor documental e irremplazables desde un punto de vista académico y los muebles y enseres cuyo valor es sencillamente fetichista. A mi mismo, que situado en la misma posición de Guérin sin duda habría tratado de rescatar cuanto me fuera posible, me resulta bárbaro que el fuego pudiera llevarse manuscritos del puño y letra de Proust, y nos indignamos ante la pérdida irreparable de unos documentos de gran valor y, afectados por la indignación, nos resulta igualmente inconcebible que una mujer se desprendiese del abrigo viejo de su cuñado. Pero por magistralmente narrada que esté esta historia, que lo está, e independientemente de cuanto se disfrute con su lectura, que es mucho, el abrigo que descansa en una caja del museo Carnavalet junto con la reconstruida estancia en la que Marcel Proust escribió la Recherche, no guardan más relación con la obra que los pomos de las puertas o las farolas de la calle cuya luz, si es que lo hacía, pudiera filtrarse por la ventana. Me pregunto si pese a todo e involuntariamente no resultará al final que fue Marthe Dubois-Amiot la única de las implicadas en la historia que, bien que sea inconscientemente, no traicionó a ese espíritu consagrado en cuerpo y alma a su obra que fue Marcel Proust.
Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es
Título: El abrigo de Proust
Autora: Lorenza Foschini
Título original: Il cappotto di Proust
Traducción: Hugo Beccacece
Editorial: Impedimenta
Páginas: 144
Fecha primera edición: marzo 2013
ISBN: 978-84-15578-48-2