El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson
Dos fueron los motivos por los que cogí El abuelo que saltó por la ventana y se largó. El primero, el título. Decidme si no os parece estimulante. El segundo, que en un artículo publicado sobre el mismo, aparecía esta frase: “los suecos también saben hacernos reir”. Y es que, después de un aluvión de novelas negras durante estos años, pensaba que por aquellos lares sólo podían hablarnos de chicas con cerillas y bidones de gasolina, o investigaciones policiales a cual más rocambolesca. Y es que, aunque no soy un fiel seguidor de la novela negra, he devorado más de un libro, pero empezaba a estar cansado de los detectives con pasado oscuro y futuro incierto. Así que, cuando vi que aparecía ante mis ojos una novela de humor, y más si cabe, de humor surrealista, me lancé de cabeza. Y es que, queridos compañeros, el viejo Allan Karlsson nos va a acompañar por esta reseña como si fuera un héroe de los de la época griega, con alguna arruga de más y rodeado de ironía. Así que, bienvenidos a este viaje.
Cuando uno llega a la vejez, pueden pasarle dos cosas: que piense que ya lo ha vivido todo y se deje hacer, o que decida que todavía le queda mucho por vivir. Y Allan Karlsson ha decidido lo segundo. Así que el día en que cumple cien años, decide salir por la ventana de su habitación y largarse de aquella pequeña cárcel sin ningún destino fijado. ¿Qué hacer entonces con el tiempo que le queda por vivir? Pues ni más ni menos que robar una maleta que contiene cincuenta millones de coronas de procedencia ilegal y coger un autobús que le llevará por toda Suecia para acabar en la mismísima Bali.
Hablar de El abuelo que saltó por la ventana y se largó y de lo que pasa en él sería destripar la sonrisa que me pasó por la boca cada vez que leía un capítulo. Entonces, ¿cómo hablar de algo sin contar demasiado? Simplemente diré que por este libro pasarán ante nuestros ojos el general Franco, un cabreado Stalin que patalea como un niño pequeño, el coronel Truman arrimado al hombro de la persona que le sirve los cafés, Mao Tse Tung con mucho dinero y mucho tiempo para gastar, gulags donde perderse en unas vacaciones, espías que se presentan en la ópera con un cártel y su nombre verdadero, hermanos de Albert Einstein que se quedaron con la belleza pero con ninguna pizca de inteligencia (o memoria), ladrones que no saben robar y elefantes escondidos en cobertizos. En definitiva, un surrealismo elevado a la enésima potencia que no se puede dejar de leer, porque cuando lees algo que supera con creces tu imaginación, lo que le sigue no es menos increíble, sino más.
El abuelo que saltó por la ventana y se largó no es un libro políticamente correcto. El autor se ríe de la muerte, de las autoridades, de la mismísima historia (el momento en que el protagonista da la fórmula para la creación de la bomba atómica es para mear y no echar gota), de las dictaduras, y de todo aquello que parece que está prohibido. Creo que, en parte, eso mismo es lo que le ha catapultado a la fama en tan poco tiempo. Me recordó a “Delicioso suicidio en grupo” de Paasilinna, con esa capacidad de hablar del suicidio de una forma en la que lo único que te apetecía era ponerte a reír. Y que conste que cuando cogí este libro temí que iba a ser de esos ladrillos que dejas en la balda y que te reconcome haberte gastado el dinero por recomendaciones ajenas. Pero yo, que me considero un lector bastante exigente, lo he colocado en un sitio bien visible, a puntito para sacarlo y prestárselo a cualquier visita porque, en estos tiempos que corren, es difícil encontrar un libro que te lo haga pasar bien, pero pasar bien de verdad para que, cuando lo cierres digas, quiero más historias de este personaje, las quiero.
Y es que, queridos lectores, El abuelo que saltó por la ventana y se largó es un viaje surrealista por la historia del siglo XX, una comedia de situaciones en la que no podéis imaginar que va a pasar en la página siguiente, un ejercicio de invención tan grande en las pocas páginas que lo contienen que sólo te queda decir:
¡Bravo!
Este ya era un libro que estaba en mi mente leer no tardando demasiado, está claro que tras leer tu reseña, se afianza en la lista.
Un abrazo!
Yo me lo pasé en grande leyéndolo Susana! Espero que no te defraude si acabas haciéndote con él! 😀
Un saludo!!
Estoy semanas pasando de este libro porque me parecía muy comercial y no creía que mereciera la pena. Lo cierto es que está entre los más vendidos, pero eso no siempre quiere decir que sea buena literatura. Tu entrada me ha encantado así que de esta semana no pasa. Gracias.
Me alegro que te haya servido para decidirte Pedro!! Ya me dirás si ha merecido la pena o si, por el contrario, querrás quemarme en la hoguera 😉
Un saludo (y gracias a ti por leernos)
Llegué al libro de rebote pero me llamó la atención el título, muy original, espero no me decepcione… Gracias por la reseña, lo pone más interesante aún!!
Cuando leo un libro con un sentido literario informal e incluso “cómico”, puedo llegar a sonreir y lo puedo hacer sobretodo para mis adentros…ese libro me ha hecho reir con descaro y sintiendome un tanto ridiculo por descrubirme a mi mismo esas reacciones. Desde que hace tiempo leí a P. G. Wadehaus no lo pasaba taan bien.