Borges tiene, siempre, la capacidad de despeinarte. Hablaba en la anterior reseña a un libro suyo (también una nueva edición de uno de sus clásicos por parte de Lumen) de la dificultad que supone para mí el simple hecho de pensar en volver a leer un libro que me ha gustado. Me da miedo, y eso no cambia, que lo vuelva a leer y rompa el hechizo que se creó cuando lo leí por primera vez, que me desencante con algo que no pude creer mejor, que deje de gustarme. Esa sensación tuve cuando abrí Ficciones por segunda vez. Y no. Esa sensación he tenido cuando me he visto volviendo a abrir El Aleph. Y, gracias a [inserta aquí en quien creas], tampoco. Hay una nueva edición de El Aleph en librerías, con mucho olor a libro nuevo y un interlineado para mí exagerado pero que no te dificultará la lectura cuando críos, arena y gotas de mojito intenten evitar que leas este verano. Lumen sigue con Borges, y nosotros (y supongo que sus herederos también) somos los afortunados.
Siempre he pensado, y cada vez que lo releo más, que para leer algo de Borges tienes que tener la capacidad de dudar de ti mismo, de saberte imperfecto por todos lados, de tener claro que hay gente que sabe más y mejor que tú y que te pasarán por encima con conceptos y referencias que quizá ni existen pero que tú te las crees porque como no las puedes o quieres contrastar crees que son verdad. Eso es Borges en esencia. Y se le puede añadir la siempre imperante figura del narrador no fiable, de la memoria nublada, del recuerdo dudoso; del relato como espada y bandera, de las historias como nexo común entre humanos, del libro como contenedor absoluto y total.
Cada uno de los cuentos de Borges contiene todos los demás. Como si de una matrioshka se tratara, es abrir uno de sus relatos y ver que ahí dentro está todo, incluso a veces tú (creo que nunca voy a superar la genial sorpresa que me da siempre ver cómo el narrador de El Aleph se dirige directamente a ti cuando anteriormente en el relato no lo ha hecho. Y pienso que eso es el miedo que da la certeza de saber que un autor, aunque esté muerto, siempre está vivo. «Borges: el autor infinito»).
En El Aleph, que se llama así por el último de los relatos (y para mí el mejor de toda la obra cuentística de Borges), recoge 17 cuentos. Son cuentos relativamente cortos porque tienen pocas páginas pero al leerlos se alargan hasta el infinito dentro de ti. Encuentras en ellos algunas de esas citas célebres de Borges (de las pocas que andan por internet y que sí son de él) y te das cuenta de que sacadas del contexto del cuento son algo totalmente distinto a lo que en el relato quieren significar («No lo cite, léalo»). Lees relatos sobre historias que pueden quedarte lejos tanto por cronología como por ti mismo: desconocimiento. Borges sabe que no sabrás de qué está hablando pero, como si de un maestro zen se tratara, tiene la certeza de que con lo que te cuente abrirá una brecha en ti, una brecha que se irá llenando de referencias, de historias antiguas repletas de lo paranormal (que en su caso es algo muy normal), de guiños a la circularidad del universo… una brecha que ni al cerrar el libro se cerrará. Y entonces queda Borges como herida, y solo tienes la opción de hurgar en ella, de ver si cabe la posibilidad de que buscando dentro encuentres la solución al problema. Eso es exactamente lo que ocurre al leer sus relatos.
Es el verano la mejor época para revisitar lugares favoritos, para encontrarte a ti mismo en ese sitio donde fuiste feliz. Siempre estamos los meses anteriores a las vacaciones pensando dónde ir, mirando si las cifras que aparecen en nuestra cuenta bancaria son suficientes para llegar a donde queremos ir. Y lo irónico de todo esto es que muchos de los que estamos aquí, de los que nos gusta esta rara y minoritaria actividad que es leer, solo necesitamos para conseguir lo comentado un simple billete azul y ganas y tiempo de abrir un libro, posar los ojos en él, moverlos de izquierda a derecha durante un rato y volver a ser quienes fuimos cuando lo leímos por primera vez. Sé que nunca seré escritor porque creo que conseguir esto solo es posible si tu escritura la ha construido la magia. Y Borges es un mago, el gran mago de las palabras.