Hacía tiempo que un libro no me llevaba de la mano para rememorar emociones vividas hace mucho, cuando uno leía y comentaba las mismas historias que leían sus amigos, cuando las tardes de verano eran tardes de libro, siesta y bici a lo Stranger Things; cuando alternaba las series como El cuentacuentos de Jim Henson o las Historias asombrosas (Amazing stories) de Spielberg con películas y más lectura. Mucho tiempo ha pasado desde que leyera Miguel Strogoff o La historia interminable hasta que otro libro me haya devuelto a aquellos tiempos y sensaciones remotas. Aunque ahora que lo pienso, me sucedió hace un par de años con Historia del rey transparente.
Pues esa sensación de bienestar, de déjà vu, de leer reconociendo a las pocas hojas que tienes en tus manos la evocación de un sabor perdido que acabas de recuperar, de saber que tienes por delante una gran lectura de esas que van a perdurar en ti hasta el fin de tus días, es lo que me ha producido El arcano y el jilguero.
Y lo mejor es que el libro llegó a mí como llegan las cosas guapas de la vida: por casualidad. Por seguir en alguna red social a alguien que seguía a alguien… y por investigar. Que mucha gente hable maravillas de algo suele escamarme e incluso tiendo a ignorarlo, pero una investigación más “profunda” en blogs expertos acabó por decidirme. Era un libro que había que leer, que TENÍA que leer, y no había vuelta de hoja.
Convencido como estaba, con tanta facilidad, y con un leve temor a no ver cumplidas las expectativas, me vi inmerso en una de las lecturas más placenteras de los últimos años.
En ella vamos a acompañar a Mezen el Ariete por las tierras de Hann. Unas tierras inventadas cual Tierra Media en una época medieval, en las que el Imperio trata de hacerse con todo el territorio mediante batalla, conquista, asedio… Mezen es un Arcano del Tormento. En realidad es un ser humano, pero cuando trabaja para el emperador se viste y actúa como el demonio torturador que la gente cree que es y que le lleva a desempeñar un papel en el que comete atrocidades inimaginables contra seres inocentes y cuya única culpa es haber topado con él.
Pero Mezen no es el ser diabólico cuya imagen proyecta con el fin de resultar creíble, sembrar miedo y convencer a la plebe de su origen infernal. Sufre a diario por lo que hace y porta con él el inabarcable peso de la culpa. Va de ciudad en ciudad, rindiéndolas, sofocando rebeliones y el único consuelo que tiene es el del mal menor. Si a las puertas de la ciudad que toque vencer debe torturar en público, sádica, vil y cruelmente a una niña consiguiendo así que cientos o miles de personas se rindan y salvar así sus vidas antes de que el emperador arrase con todo, lo hará. Y ese pensamiento de hacer el mal para perseguir el bien no le va a abandonar, pues al fin y al cabo es el mal lo que ha tenido que hacer. Una vida a cambio de muchísimas. La ética, la moralidad, el sufrimiento y la culpa son reflexiones, casi casi obsesiones, constantes a lo largo de esta novelaza.
El libro está dividido en episodios, que en ocasiones pueden incluso parecer independientes y que suelen acabar con un momento álgido de tensión, narrados por el propio Mezen. En uno de estos episodios, Mezen se encontrará con una pequeña, el jilguero en cuestión, que será decisiva en el modo en el que afrontará su vida y su trabajo a partir de entonces.
Ferran Varela ha construido un universo tan rico en matices, personajes, seres, leyendas, regiones, lenguajes, sociedad, cultura, mitología, dioses… que Tolkien estaría orgulloso y lo nombraría hijo adoptivo. (Tengo que decir que a mí la trilogía de ESDLA tuvo partes, sobre todo las batallas, las canciones, las descripciones de paisajes,… que me aburrieron soberanamente y que en El arcano y el jilguero no me ha pasado en ningún momento). Y no solo es que lo haya construido sino que lo ha desarrollado y volcado a lo largo del libro con mucho tino, sin necesidad de explicar el funcionamiento interno, de forma que nada chirríe, que todo parezca formar parte de un todo pulcro y bien encajado, y, por si fuera poco, con una prosa cuidada, selecta, escogida, que produce (me cuesta escribir esto sin llegar a cursilería), música en el oído lector.
“Pregúntale al Emperador a qué sabe la victoria, y responderá que a oro y poder. Pregúntale al General, y asegurará que a honor y gloria. Pregúntale al soldado, y contestará que a mujeres y vino. Pregúntame a mí, y te diré la verdad. La victoria sabe a sangre y a enfermedad, a hambruna y a fuego. Su aliento arrastra el aroma de la ceniza y la muerte.”
Ferrán Varela ha integrado todos los elementos con una habilidad tal que parece que hubiera vivido en los lugares que describe, con sus gentes y costumbres, con sus penurias y alegrías, con sus miedos y esperanzas.
Mezen es un personaje carismático con el que conseguimos empatizar muy pronto. Y a Nara la cogemos cariño también. Pero las páginas dedicadas a Susurro… eso es amor por escrito de otro nivel.
El arcano y el jilguero es una novela de aventuras, con muchos niveles de lectura, un manifiesto antibelicista, y una historia de fantasía oscura, pero de las buenas. De las que uno puede presumir de tener en su estantería. De las que puedes releer varias veces (y no soy nada de relecturas) y de las que, todo aquel que la lea, va a convertirse en fan y a querer más: va a querer más de este universo, y va a querer más obras del autor.
Un libro excepcionalmente bueno y magistralmente escrito. Una sorpresa, una lección de literatura fantástica (en los dos sentidos), un puñetero disfrute y un reencuentro con sabores de tiempos pasados y mejores.
Ah, y la edición es, no puede omitirse esto, bri-llan-te.
1 comentario en «El arcano y el jilguero, de Ferran Varela»