El armario de acero: amores clandestinos en la Rusia actual, de Varios Autores
La vida no se reseña, se vive. Nos comportamos como seres que se esconden, a veces, mirando de reojo cómo el amor surge, cómo el amor se desvanece y desintegra, como el polvo del tiempo, como la suciedad tras haber pasado el trapo. La experiencia, la propia, la vivida en primera persona, nos sirve de escarmiento, de aprendizaje, en un mundo donde hay silencios que son peor que las palabras, donde una sola palabra puede hacernos sentir escalofríos, donde un sentimiento nos engloba y nos mantiene vivos. Pero también nos mata. Y así es como vamos estableciendo uniones, visiones de la realidad desde dos lados distintos, lo opuesto, la verdad frente a la mentira, percepciones distintas de una vida en común. Y allí, al fondo, como relegados al segundo plano que nadie enfoca, el amor entre iguales, entre dos personas que lo único que cometen es el beso que se regala, la caricia nocturna antes de que llegue el sueño, la lágrima ante una ruptura, en definitiva, la vida, esa que no se diferencia en absoluto del resto de los mortales. El armario de acero es una cerradura por la que mirar, por la que la curiosidad se filtra y anega la habitación que, tras la puerta, vive algunas de las historias de amor más grandes que se esconden, parapetadas por el biombo de la incomprensión, de la intolerancia, de un país que se enfría cada invierno y que no consigue que el deshielo llegue a ciertos corazones. Vidas que se unen tras las cortinas, que se besan, que se huelen, que se saborean. Vidas como la tuya, como la de todos, pero que alguien decidió no comprender.
Cuarenta relatos de amor, de realidad. Bocados de un apetito voraz por levantar la voz en una realidad donde, algunos, piensan que lo mejor es el silencio. Relatos y poemas de amor entre mujeres, entre hombres, entre el mismo sexo, que son como un puñetazo que te abre los ojos.
La vida, en ocasiones, nos enfrente a verdades que no son gratas. La realidad impone su ley con saña, con fuerza, intentando por todos los medios crear surcos donde el terreno era llano, fértil, intentando por todos los medios que salgan las lágrimas que, de otra forma, se quedarían estancadas en las cuencas de nuestros ojos. El armario de acero es un dique, la presa que contiene esas lágrimas convirtiéndolas en el placer, en el amor transformado en relato, en poema, en la dureza de una cáscara que en principio debiera protegernos, pero que las inclemencias del tiempo, de la emoción, se encarga de transformar en algo lo suficientemente fino como para que lo que hay fuera nos traspase de medio a medio. No recuerdo el momento, quizá fue con una sola palabra, con una puntuación que marcó un antes y un después, pero en cualquier caso lo hizo, surgió, de la nada. Esa sensación de encontrarme ante algo demasiado bueno, algo que me haría pensar durante las siguientes horas en cómo somos, en quiénes somos, en la forma que tenemos de buscarnos y no encontrarnos, en esas miradas que incluso yo buscaba y no hallaba, anudando más si cabe esa pasión que latía dentro, sin dejarla escapar. Ya sea por lo propio, o ya por lo ajeno, en cualquier caso este libro de relatos contiene pequeñas piezas que convierten su edición en un tesoro, en una especie de estación de paso en la que pararte, observar el paisaje, lo que rodea a la existencia, y después seguir el camino, de una forma diferente, ligeramente cambiados cuando, en esos pequeños detalles, es donde encontramos el verdadero sentido de lo que tenemos dentro.
Sólo quería mostrarles a dos gais felices. Trabajan de noche. Uno es el que le sirve el té de frutas y la tarta de crema con miel. El otro es el que se acerca a la mesa de al lado y pone un vaso de vodka a un tipo con gafas. Obsérvenlos con atención (Extracto de “Los chicos del verano” de Vasili Chepelev, relato incluido en esta edición)
Respirar, ese es el destino para mantenernos con vida. O leer, que en mi caso es el sinónimo perfecto. Si tuviera que declarar mi amor por algún libro de estos últimos tiempos, sería por El armario de acero al que me entrego, con devoción y ningún remordimiento, tras su lectura y su posterior reflexión. Hoy en día, cuando el mundo editorial se remueve como azotado por un terremoto, son estas iniciativas las que deben perdurar. En un universo como este en el que hay propuestas que no ven la luz habitualmente, es de agradecer que una editorial como Dos Bigotes se enfrente a la ardua tarea de acercarnos literatura LGTBI (Literatura Lésbica, Gay, Transexual, Bisexual e Intersexual) a todos aquellos que necesitaban de un soplo de aire fresco, alejados de los estereotipos, de los tópicos sangrantes, de la caricatura que poco tiene que ver con la realidad. Estos relatos nos acercan a una vida, la de muchos, que gritaron, que no se conformaron, que vivieron sus historias de amor transformando el sentimiento en arte, aunque también es cierto que, como se trasluce al leer, el simple hecho de amar, seas hombre, mujer, transexual, bisexual o intersexual ya es una obra de arte. El resto, como todo en la vida, son intentos de no entender que todos somos iguales aunque nuestro objeto de afecto no sea el que nos han querido vender.