Reseña del libro “El arte de coleccionar moscas”, de Fredrik Sjöberg
La función histórica de los libros era preservar el conocimiento. Ya fueran leyes, recetas o pócimas mágicas, la palabra escrita nació para dotar de un soporte tangible a lo que antes se transmitía simplemente de boca a oído. No es extraño, por tanto, que un entomólogo escriba, lo han hecho durante varios siglos y han producido una literatura que, sospecho, ha traspasado pocas fronteras. Lo que tiene de raro esta memoria entre personal y profesional de Fredrik Sjöberg es que ha sido publicada en una decena de lenguas, síntoma de que esconde algo más que una lista de estampas de seres exóticos con nombres latinos.
Sjöberg es un experto en los sírfidos, las moscas de las flores, una familia de insectos muy parecidos a las abejas y las avispas que resultan de vital importancia en la naturaleza como vectores de polinización. Las identifica, las colecciona y las clasifica, con la particularidad de que en su caso no recorre grandes extensiones de terreno para hacerlo, sino que permanece en la pequeña isla sueca en la que reside, Runmarö, donde ha sido capaz de hacerse a lo largo de los años con bastantes ejemplares únicos. Suena una empresa tan extraña como es, en efecto. El bueno de Fredrik lo menciona varias veces en El arte de coleccionar moscas, los expertos en su campo escasean, su pasión es difícil de entender por quienes los tratan, al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, con las mariposas, cuya belleza ha sido objeto de atención durante siglos.
Su método fundamental consiste en detectar los lugares más propicios, plantar unas trampas concretas, las trampas Malaise, y esperar. Esperar mucho y reflexionar. Reflexionar mucho también, por supuesto.
El texto se configura desde el principio como una recopilación desordenada de los recuerdos de entomólogo de Sjöberg mezclados con algunas anécdotas personales, y de hecho comienza con algo que no tiene nada que ver con las moscas (pero que resulta tremendamente divertido). Más adelante se convierte en una reflexión acerca del coleccionismo, las obsesiones como motor de los humanos y su relación con la vida natural. Finalmente, después de haber introducido el tema en varias ocasiones, deriva en la narración de su búsqueda del rastro de René Malaise, quizá el entomólogo más conocido de la Historia y el inventor de la trampa que usa Sjöberg, al que dedica capítulos enteros y cuya sombra persigue hasta la última página.
En cómo convierte todo esto en esta pequeña delicia reside el mayor mérito del libro. Siguiendo la línea de otros libros similares, como El evangelio de las anguilas, de Patrik Svensson, El arte de coleccionar moscas consigue equilibrar la erudición con la emoción para formar un conjunto agradable, donde la memoria en torno a su pasión de alguien que podríamos considerar excéntrico (aunque quién no lo es) se convierte a la vez en un libro brillante capaz de conjugar el humor y la reflexión. Nos enternece el autor, nos asombra su extraño campo de estudio, nos lleva a pensar que hay muchas vidas más allá de las vidas que conocemos y muchas de ellas merecen ser contadas en forma de libro.