Reseña del libro “El arte de la fuga”, de Daniel Tordera
Corría el 2018, concretamente un 15 o 16 de octubre, según se mire, a la salida de los Premios Planeta, cuando contento como iba yo tras haber cenado y asistido a la gala de entrega y rueda de prensa, oi una voz que me llamó. Me extrañé porque en Barcelona no conozco a nadie, salvo al grupo de periodistas con el que iba y con el que solo me junto esos días. Así que al girarme hacia la voz me encontré con un melenudo y una chica que supuse que era su novia. Avancé hacia él, llevándome disimuladamente la mano hacia la Glock 26 9 mm Parabellum (nunca salgo de casa sin ella, especialmente cuando voy a zona de guerra, disturbios post 1-O, huelgas y otras cosas bonitas del estilo) y comenzamos una breve charla.
El melenudo en cuestión era Daniel Tordera, finalista al Premio Planeta de ese mismo año con el libro que hoy (en algún párrafo de estos comenzará la reseña) nos ocupa,El arte de la fuga, y a la sazón, un gran fan mío.
Allí me contó unas cuantas cosas, entre ellas el feo que hace Planeta a los finalistas de no invitarles a la cena de gala donde se decide (ejem, ejem, se hace público el tongo que ya todos sabemos de hace tiempo) el ganador. ¿Cómo puede ser que una editorial como Planeta no invite a diez personas más a una cena –que tampoco es gran cosa, la verdad, es mucho mejor la cena del día anterior–? ¡Olé tus huevos, Planeta! Por favor, menos invitaciones a organismos institucionales y más a los autores que son los verdaderos protagonistas, Planeta, ¡hombre ya! ¡Qué vergüenza!
En fin. Tordera quedó en enviarme un ejemplar de su libro cuando este viera finalmente la luz, y eso ha pasado ya, este año y no entiendo cómo es posible que Planeta (está visto que voy a desgastar el nombre en esta reseña) haya dejado escapar este libro y no lo haya publicado cuando publica cosas infinitamente peores, como, sin ir más lejos, alguno de sus premios. (Y sí, en el párrafo siguiente comienza la reseña de una puta vez, sí, pero todo esto tenía que decirlo, ¡pardiez!).
Así de primeras, leyendo la sinopsis uno piensa que va a leer algo tipo Cube, El hoyo, Escape Room, La caza o una de esas pelis en las que unos desconocidos aparecen encerrados en una habitación sin puertas ni ventanas ni recordar cómo han llegado allí. ¿Os suena verdad? Claro que sí, vivís en este mundo conspiranoico en el que los ricos juegan (muchas veces a muerte) con los pobres.
Nuestro prota es Léo, un tío que ha echado su vida, tanto sentimental como profesional a perder y lo peor es que lo ha hecho por dejadez y vagancia. Es, como le llaman en la habitación blanca e impoluta en la que ha amanecido, un perdedor. De los de libro. Tanto es así, que ha llegado a intentar suicidarse hasta tres veces, pero ahora, el día que había programado para hacer un cuarto intento y en el que se dan todas las circunstancias propicias para que lo consiga, quiere vivir.
“Suelen decir que conforme cambiamos vemos la vida de forma distinta. Nadie menciona que a veces son las situaciones las que cambian aunque nosotros seamos los mismos. Soy el mismo, pero ahora tengo un objetivo. Tengo que salvarme. Y empezaré por llevarme por delante a Elias. Cueste lo que cueste.”
Contaría mucho más de los otros tres sujetos con los que se encuentra encerrado, pero haría un destripe y no me gusta reventar los giros ni sorpresas que un libro tiene reservados, y aquí hay unos cuantos. Los cuatro protagonistas revisarán su pasado para comprender por qué ellos y no otros están donde están. Harán examen de conciencia, saltarán chispas y pequeños fuegos entre ellos, se arrepentirán de cosas que hicieron y de cosas que no hicieron, sobre todo Léo, con el que a veces cuesta empatizar (y aparte se pone pelín cansino con Bach y su El arte de la fuga y las casualidades alrededor de esta pieza), la verdad.
Por cierto, no lo he dicho pero no lo considero un destripe: de los cuatro, solo puede quedar uno, como Los inmortales, así que… ¿cómo van a solucionar esa papeleta sin usar la violencia entre ellos?
Estructurada en capítulos cortos, cosa que facilita e imprime rapidez a la lectura, El arte de la fuga es un torbellino que no puedes dejar de leer porque te ves tan inmerso en el cubo con los cuatro prisioneros, que quieres saber lo que va a pasar sin demora. (300 páginas que me ha zampado en tres días). Con una prosa fluida y un vocabulario sencillo seguir las tribulaciones que Tordera quiere que sigamos es tan sencillo y relajado como dejarse llevar en barca por un riachuelo. Las páginas van pasando sin darte cuenta y cuando crees que ya está todo encarrilado, ¡zas!, una sorpresita en el camino.
Me ha sorprendido para bien este El arte de la fuga. Tordera tiene tablas, no parece una ópera prima, maneja muy bien el ritmo y dosifica la información para entregarla en el momento oportuno, se mete bien en la piel de cada personaje y resuelve con acierto, tal vez algo precipitado pero perdonable, un final que podía haber arruinado el libro entero.
Un autor al que hay que seguir la pista, sin ninguna duda.