Orla, una mujer de treinta y siete años, está casada con John Hudson, de sesenta y siete, el novelista más exitoso del mundo, miembro destacado de la lista Forbes. Un día, aparece muerta en su apartamento de lujo de Mónaco. Y sus dos perros también. El escritor ha desaparecido. ¿Acaso él es el culpable? ¿El rey del thriller sería tan previsible en un asesinato real? ¿O quizá se trata de un plan perfecto? Esa es la premisa que nos presenta Philip Kerr en El arte del crimen.
El primero que nos habla de los hechos es Don Irvine, uno de los cuatro escritores fantasma que trabajan para John Hudson. Porque el autor más famoso y rico del mundo es el mejor trazando tramas sorprendentes, pero le aburre escribir cientos de páginas para plasmarlas. Gracias a su peculiar cadena de montaje literaria, ha erigido un imperio del que dependen decenas de personas. Y es que Philip Kerr no solo nos presenta un misterioso asesinato, sino que aprovecha para retratar el mundo editorial actual y ahondar en el trabajo tan poco conocido de los escritores fantasma.
Si hace poco leía La biblioteca de Max Ventura, que era una carta de amor a la literatura, a la escritura y a los lectores, en El arte del crimen me he encontrado una crítica mordaz a la literatura comercial, donde prima el márquetin a la calidad literaria y las palabras simples (que no sencillas) al estilo cuidado. Un sector editorial que trata a los lectores como consumidores tontos, pues solo interesa su dinero y no dejarles un poso con la lectura. Un sector que publica libros para gente a la que no le gusta leer; la triste realidad es que son esos libros los que hacen sobrevivir a esta industria y hasta la enriquecen.
Philip Kerr alterna las versiones de Don Irvine, que conoce a John Hudson desde hace más de veinte años, y las del propio Hudson, principal sospechoso del crimen, para llevarnos exactamente por donde quiere, con un par de giros de trama inesperados. Pero la crítica al sector editorial más materialista siempre está presente y es la que a mí más me ha llamado la atención. Quien haya leído reseñas mías bien sabrá lo que me gusta la metaliteratura, y en El arte del crimen hay mucha: opiniones controvertidas sobre clásicos, referencias a los entresijos de los thrillers y frases célebres de libros, ¡hasta los policías citan a Voltaire y a Molière!
Los personajes de esta novela también nos dejan muchas frases para enmarcar y reflexionar. Por ejemplo, cuando a Don Irvine le preguntan cómo se acaba siendo un escritor fantasma, contesta: «Primero es necesario morir (…). Como escritor de verdad, quiero decir». Y cuando le preguntan si John Hudson podría ganar el Nobel de Literatura, responde: «La escritura comercial da dinero, no mérito».
Imagino que Philip Kerr conoce bien los hilos que se mueven tras los libros superventas y que existen autores con una legión de escritores fantasma que les hacen el trabajo duro, y es esa cara B la que nos muestra en El arte del crimen. Un thriller que se sirve de los engranajes de la literatura comercial para criticarla.