El asesino que envenenó a Napoleón y otras historias de la microbiología, de Raúl Rivas

Os voy a contar un par de cosas sobre mí que es posible que no sepáis: la primera es que soy un poco —bastante— hipocondríaca y que no puedo salir de casa sin mi bote de desinfectante para las manos; y la segunda es que me encanta la criminología y que, de hecho, llegué a matricularme en unas cuantas asignaturas para estudiar a distancia mientras terminaba la otra carrera.

Son dos datos aleatorios de mi vida que puede que os importen un pepino —lo entendería perfectamente—, pero que vienen al caso porque son imprescindibles para entender por qué voy a decir lo que sigue sobre el libro que vengo a presentaros. 

Se trata de El asesino que envenenó a Napoleón y otras historias de la microbiología, y está escrito por Raúl Rivas. Cuando empecé a leer el título pensé: «Oh, maravilloso, otro libro de historia más que pasará al olvido en cuanto lo cierre», pero cuando continué leyendo y vi esa referencia a la microbiología, mis ojos empezaron a hacer chiribitas porque era algo que no me esperaba en absoluto. ¿Qué tiene que ver Napoleón con la microbiología? ¿Cuáles son esas otras historias? ¿Por qué me atrae tanto un libro si solo he leído el título? En fin, una cantidad de preguntas insanas me atormentaron durante días, hasta que llegó el momento de abrir el libro y darles respuestas. 

Lo que encontramos en su interior es algo muy curioso, ya os lo adelanto. El autor nos va a llevar a diferentes hitos de la historia, algunos más conocidos que otros, haciendo un repaso histórico envidiable. Nos pondrá en situación, nos explicará un poco el contexto y después lo pondrá en relación con la microbiología. 

Justamente el otro día me dio por preguntarme en qué momento el hombre se plantea que un cuerpo no es solamente un cuerpo, sino que está formado por cosas más pequeñas. Cómo es que le da por crear un instrumento que después se llamará microscopio para confirmar esa teoría de que todo está formado por cosas diminutas que juntas crean un todo más grande. Y me lo estaba preguntando antes de empezar este libro; ya sabéis, a veces la mente —al menos la mía— se pone a divagar y a pensar en cosas sin venir a cuento. Busqué un poco por encima en esa página de dudoso criterio científico llamada Wikipedia y vi que el microscopio se descubrió en el siglo XVI y que la palabra «célula» comenzó a utilizarse unos años más tarde cuando a un hombre le dio por mirar un trozo de corcho y descubrir pequeñas cosas dentro de él. 

En fin, que el destino es así. Una se empieza a preguntar sobre temas como este y de repente aparece en su vida un libro que habla la microbiología. Así que lo tomé como una señal y me dije a mí misma que ese libro venía para darme muchas respuestas. 

Y así fue, aunque muchas de esas respuestas fueran a preguntas que todavía no me había hecho, pero ha sido muy curioso y muy divertido leer todas estas historias donde la microbiología está presente y cuyo protagonismo es intachable. Como en la muerte de Caravaggio. Desde que oí esta historia mientras paseaba por las calles de Roma, no he podido evitar pensar en ella de manera recurrente. Os la cuento un poco por encima para que os hagáis una idea de lo que os vais a encontrar dentro de este libro. Siempre se dijo que Caravaggio era un imbécil, hablando en plata. Era aficionado a los prostíbulos, tenía un genio desbordante y no tenía filtro en lo que hacía o decía —otro día os contaré la historia de su famoso cuadro La virgen de Loreto y con la que os podréis hacer una idea más precisa de cómo era este hombre—, lo que le llevó a ser sentenciado de muerte. Escapó pero en una trifulca fue herido, muriendo poco después. Su cuerpo se encontró siglos más tarde gracias a su descripción física y los especialistas se pusieron a investigar sobre cuál fue su muerte real. Se llegó a decir de todo, incluso que había muerto de sífilis, pero al final la ciencia dio la solución: había muerto a causa de las bacterias que se desarrollaron en su cuerpo de forma alarmante después de ser herido. Quizás fuera un castigo quasidivino impuesto por la Iglesia después de la que lio con ese cuadro del que os hablo…

Pero vamos a lo que nos importa: ¿puede gustarte este libro si no entiendes nada de microbiología? La respuesta es sí, porque Raúl Rivas se toma su tiempo en explicarte todo lo que necesitas saber para que disfrutes de cada «anécdota». Utiliza lenguaje científico, pero no es incomprensible, no es un manual de universidad ni algo destinado a entendidos en la materia. Al final, estás leyendo un libro de historia enfocado en una parte de la ciencia, lo que es muy interesante, y estoy segura de que encontrarás datos que te resultarán muy útiles y que te entretendrán muchísimo. Y, lo que es más importante, seguro que te dan para sacar conversaciones cuando ya no se sabe de qué hablar. Así, en vez de hablar del tiempo, cuando estés en el ascensor con un vecino le puedes contar la verdadera historia del ave fénix.

Y ahora, ya por terminar y hacer que esta reseña quede un poco más redonda, os diré que si bien este libro ha saciado mucho mi curiosidad en cuanto a la criminología se refiere, ahora miro mi bote de desinfectante con más necesidad de la que tenía antes. 

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