¿Se pueden domar las palabras?, ¿podemos hacerlas pasar por un aro de fuego a nuestro antojo?, ¿podemos domesticarlas y recompensarlas a base de libros? Creo que Felipe Benítez Reyes puede. Creo que si existieran los encantadores de palabras, Felipe haría sonar su flauta y ellas bailarían dócilmente a su son. Contentas, distraídas, firmes, posándose una a una en las líneas de sus libros, así como han ido posándose en El azar y viceversa, su última novela. Creo firmemente que Felipe Benítez Reyes es un domador de palabras, si no, no encuentro otra forma de explicar la calidad y la magia de su prosa. Menudo regalo para los sentidos es leer a este autor. De verdad. En tanto que lectora me dejo llevar por el baile de sus letras, a ritmo de jazz, a ritmo de vals, a veces también a ritmo de rock. Y no vean cómo disfruto el baile. En tanto que aprendiz de domadora de palabras, siento una gran admiración, unas ganas locas de unirme a su circo de palabras y que me cuente los secretos para domar palabras. Ah, pero los secretos, secretos son. Será mejor así.
De Felipe Benítez Reyes siempre me han gustado sus poemas. Creo que es uno de los mejores poetas actuales. Había leído algún que otro relato corto, pero nunca una novela. Y aquí me tenéis, rendida ante sus encantos y encantamientos. Pura magia.
El azar y viceversa es más que eso, claro. Más allá del placer que supone leer su prosa, nos encontramos con una historia que conmueve, entretiene y divierte a partes iguales. El protagonista, Antonio Jesús Escribano Rangel, es él y es, al mismo tiempo, todas las personas en que se convierte. Un continuo inaugurarse. Y es que como dice el autor en el libro: “Es posible que ahí esté la clave de todo, o de casi todo: la existencia como una sucesión de piruetas aleatorias en el vacío”. Y nuestro protagonista se pasa la novela dando piruetas, de aquí para allá, de identidad en identidad, del ser al impostar.
Nuestro protagonista, el inicial Antonio, un pelirrojo algo desgraciado, es alguien que no ha tenido mucha suerte desde sus orígenes en Rota. Un padre que fallece demasiado temprano, una madre algo ida y un fantasma-Fantomas que hace las veces de su padre. Algo de lo que querer escapar, sin duda. Y a veces alcanza con la punta de los dedos la gloria, como cuando trabajar en la base militar o con el Tunecino, y a veces se le escapa todo de golpe como cuando tiene que rendir cuentas ante su falso padre o alguna que otra mujer. Y es en éstas que nuestro protagonista conoce la amistad, los primeros amores, las primeras rebeldías y comienza a ser quién no es. Rányer, nuestro ex Antonio, pone rumbo a Cádiz con su amigo Fiti. Y pronto, él mismo, se convertirá en el propio Fiti. Comienza un desfile de identidades: Padilla, Jesús, Toni y un peregrinaje de conveniencia: Rota, Cádiz, Sevilla, Jerez de la Frontera. Y comprenderán al leer la novela que todos estos cambios y todo este peregrinar tiene un sentido y un propósito, que no seré yo quien les desvele.
He leído sobre la novela que se trata de un libro de picaresca. El más reciente Lazarillo, podríamos decir. Y estoy de acuerdo con esta opinión. Nuestro protagonista no es nadie sin sus “santos patrones” que va encontrándose con el devenir de la vida. A ellos les debe poco menos que la existencia y toda esa galería de personajes de ficciones con los que va lastrando. Piénsenlo, no es fácil ser uno mismo en esas condiciones.
Lo curioso del asunto, es que Antonio, no deja nunca de ser él. Ese Antoñito que añora a su padre y que procura no olvidar sus enseñanzas, ese Antoñito que quiere a su madre, que sueña con su Rota natal. Pero cuando la vida no es fácil y has entendido que tu forma de vida se asemeja a la de un parásito, no puedes más que dejarte llevar. Y así va dejándose ir nuestro Antonio, nuestro Rányer, nuestro Fiti, Nuestro Padilla, nuestro Cabeza, nuestro Toni. Y lo más curioso es que, a pesar de pasarse la novela siendo quién no es, se le coge cariño a este narrador en primera persona. Porque en el fondo, sigue siendo él y a pesar de todas las desventuras, el fondo es noble.
En palabras del autor: “Cualquier vida es la historia mal contada de alguien que da tumbos en un laberinto trazado por un demente, sin saber que el demente es él. Cualquier existencia es un acertijo sin solución posible, pues la solución del acertijo es el acertijo mismo.”
Y ahora piensen, ¿de verdad cree que conocen la respuesta de su existencia? Ni nuestro protagonista ni Felipe Benítez Reyes la conocen. No vayan a pasarse de listos.