Reseña del libro “El baile de las mujeres sabias”, de Clarissa Pinkola Estés
Clarissa Pinkola Estés es la autora del famoso Mujeres que corren con los lobos. Si no lo conoces aún, es el momento de leer o escuchar uno de los textos transgresores. En él, la autora repasaba los mitos y el rol que de las mujeres transmitían. Por supuesto, desde la mirada pobre y patriarcal, con un retoque por aquí y otro por allí -cuando no un hachazo- a las historias originales, tan diversas. El baile de las mujeres sabias sigue esta línea pero ahora desde el punto de vista de una mujer anciana.
Si en su primer trabajo maduró durante 20 años lo que iba a dejar recogido en el texto, este parece más una invitación cercana escrita a vuelapluma. Dirigido a una “tú”, esta psicoanalista junguiana te propone recorrer el laberinto de las mujeres. Ahora bien, que el objetivo es atravesar el fuego desde la danza y el poder que habitamos: “fueron las que me enseñaron realmente a bailar. Ellas me enseñaron a patear el suelo y aullar como una loba y cómo mostrar los pendientes, los encajes y la garganta. (…) Fueron estas adoradas extranjeras las que me salvaron de caer en el vacío de una conformidad cuidadosamente cultivada” (p. 75).
Si buscas un ensayo antropológico o arqueológico, no lo vas a encontrar. Aunque toda esa información está detrás. Esta es una carta a una amiga. Clarissa Pinkola Estés tiene la certeza de que “los que comparten este conocimiento misterioso no necesitan pruebas, y los que no lo comparten, nunca se convencerán, por muchas pruebas que tengas” (p. 64). Así que esta es de nuevo una llama a “sentir como saber”, como decía María Zambrano.
El baile de las mujeres sabias quiere recordarte que no estas sola. Que el exilio o la exclusión de esta sociedad misógina y patriarcal es el lugar desde el que poder resurgir como el ave fénix. Con un lenguaje originario, materno o místico afirma la hermandad entre mujeres y el poderoso vínculo relacional que une a abuelas, madres e hijas. “No importa cómo o dónde vivamos, ni en qué condiciones; siempre tendremos a esa aliada definitiva, porque, aunque nuestra estructura externa se vea insultada, agredida, aterrorizada o incluso destrozada, nadie podrá apagar la chispa dorada ni acabar con su cuidadora oculta bajo tierra” (p. 54).
En una sociedad que venera la juventud hasta la monstruosidad quirúrgica despreciando el saber ancestral, existen otras autoras como Starhawk, autodenominada bruja anarquista, que han reconocido en sus escritos la genealogía materna. Por ellas, el final de El baile de las mujeres sabias dedica unas páginas de “oraciones de gratitud”: “Por todas las jóvenes que se dan cuenta de que no tendrían una vida tan buena sin la esencia quijotesca de las ancianas más sabias que están con ellas” (p. 109).
Por último, este es un canto a la vida, hasta el final de los días. Todas las formas de vida. Sin las corazas y capas que esconden las “almas”. Un alegato a vivir la madurez y el ser anciana, alejándose de la queja, de la enfermedad y los clichés. “Nadie que presenciara el poder, la alegría y la inteligencia de aquellas ancianas podría jamás enfermar a causa únicamente de la edad, ni tampoco sentirse mal por la sola idea de que la vejez es una época patética” (p. 91).