Siempre digo que con el paso de los años mis hábitos de lectura han cambiado muchísimo. Y menos mal. Sin ir más lejos, recuerdo que, cuando no me interesaba en absoluto un tema, me negaba a leer cualquier libro que tuviera que ver algo con él. En concreto me pasó con La ladrona de libros. Fueron varias las personas que me lo recomendaron pero yo, al ver que estaba basado principalmente en la Segunda Guerra Mundial, pasaba. Ese tema nunca me ha llamado y no pensaba invertir ni un solo segundo de mi vida en leer un libro que tuviera algo que ver con los nazis.
Pero ya os digo que, por suerte, eso ha cambiado. Y, de nuevo, ¡menos mal! Porque un día, sin venir a cuento, me decidí a leer aquella novela de Markus Zusak y… ¡madre mía! La disfruté desde la primera página y desde ese mismo momento se convirtió en uno de mis libros favoritos. Ahí fue cuando me convencí a mí misma de que no podía ser tan cerrada de mente, que debía leer todo aquello que cayera en mis manos, tratara del tema que tratara.
Así que es probable que, de haberme llegado en aquella época el libro del que vengo a hablar hoy, lo hubiera rechazado sin ningún remordimiento. Ay… menos mal que el ser humano evoluciona y esas cosas, porque sino…
Y es que esta novela, El barbero de Treblinka, de Santi Osakar, tiene lugar en plena Segunda Guerra Mundial, concretamente en 1942, cuando los nazis comenzaron el exterminio de judíos en Polonia. La acción principal de este libro tiene lugar en Treblinka, un sitio horrible donde miles y miles de judíos vieron cómo sus vidas les eran arrebatadas. Y allí, en esa localidad cercana a Varsovia, fue a parar Carl, nuestro protagonista.
Cuando llegó al campo de concentración y le preguntaron qué sabía hacer en la vida, él contestó que era barbero. Eso le dio una posición más privilegiada sobre el resto de sus compañeros, ya que él se iba a encargar de adecentar el cabello y las barbas de todos los nazis que estaban destinados allí. Será en ese ambiente donde él encuentre un refugio en el que aguardar el momento perfecto para huir, mientras que entre conversación y conversación se irá enterando de todas las cosas horribles que pasan en ese lugar y de las que él no quiere ni oír hablar.
Ya desde el primer momento que empecé la novela me enganché. Esto es algo que me pasa muy poco, y menos con libros extensos como este (que tiene casi quinientas páginas). Lo normal en libros de esta envergadura es que el autor se tome su tiempo para poner al lector en situación y que tarde un poco en meterle en la acción o en la historia que le interesa. Pero en este caso, como digo, no es así. Ya desde el primer momento nos encontramos dentro del campo de exterminio, con esa historia que es como si fuera un jarro de agua helada sobre nuestra cabeza. Después, poco a poco, conoceremos cómo era la vida de Carl antes de ser capturado, pero enseguida las aguas volverán a su cauce y seguiremos de lleno con la historia, siendo testigos de las horribles torturas, de las luchas de poder y las falsas esperanzas de los judíos que se agarran a la vida con todas sus últimas fuerzas.
La narración, para mi gusto, es perfecta. Santi Osakar usa un lenguaje limpio y claro, que está tremendamente cuidado. Los diálogos son abundantes y, aunque está narrado en tercera persona, los sentimientos de los personajes llegan al lector perfectamente. No os voy a engañar, a mitad de la lectura me pregunté qué tal hubiera quedado un narrador en primera persona. No hubiera sido una mala opción, pero habría tenido un riesgo: darle demasiada cercanía a la historia. Cuando algo está narrado en primera persona la barrera entre personaje y lector desaparece y, con lo dura que es esta trama, yo no sé si hubiera sido capaz de continuar leyendo. Así que al final considero que ha sido un gran acierto.
Le encuentro un pero, chiquitito: la extensión de los capítulos. Más o menos se alargan durante unas ochenta páginas y eso ha hecho que por momentos me “agobiara” un poco. Pero esta es una cuestión puramente de gusto personal, ya que yo normalmente leo de capítulo en capítulo, marcándome así los tiempos de lectura. Pero con El barbero de Treblinka me ha resultado imposible, ya que no quería dejar los capítulos a medias pero había momentos en los que no podía permitirme leer ochenta páginas del tirón. Y de ahí ese pequeño “agobio”. Seguramente estéis pensando que es una chorrada, pero para mí ese detalle ha hecho que no disfrutara al cien por cien del libro, ya que dejar un capítulo a medias es algo que me cuesta una barbaridad.
Pero olvidemos eso, que como digo es algo que va con mi gusto personal y que no le resta calidad al libro, y centrémonos en la historia. Como dije al principio, la Segunda Guerra Mundial no es que sea un tema que me apasione. Conozco personas muy curiosas que se empapan de todo lo que tenga que ver con aquella época. Pero yo… bah, sin más. Así que me daba un poco de miedo enfrentarme a este libro y que no me gustara o que no me sintiera en mi salsa leyéndolo. Así que cuando fui avanzando en la historia y fui viendo que yo me iba metiendo más y más en ella… no pude evitar sorprenderme. Porque, al fin y al cabo, leer algo del género que te gusta y que te llena, es fácil. Pero lo difícil es conseguir que alguien al que no le interesa la historia que le vas a contar, se quede enganchado a la trama sin remedio.
Precisamente por eso, por esa capacidad que ha tenido Santi de tenerme en vilo durante todo el libro y de enseñarme, a su vez, un montón de cosas que desconocía sobre aquella época, siento que esta novela ha sido un total acierto. Ay… Ana del pasado, qué tonta eras. Menos mal que, como digo, de los errores se aprende.