Uno nunca sabe cuándo se va a encontrar un libro que le guste. Llamadlo suerte, llamadlo ser afortunado, pero afortunadamente, en esto de las reseñas, uno tiene la libertad de leer lo que le apetezca, más allá de contratos abusivos y de intereses creados. Al fin y al cabo, en esto del mundo literario siempre tiende a haber algo de pantomima y de cierta picaresca que, al ser estudiada de una forma más intensa, uno empieza a ser consciente de las relaciones que se establecen. Pero como decía, uno nunca sabe cuándo se va a encontrar un libro que le guste. Que le guste y que piense que lo que le están contando está bien escrito, o bien argumentado, o al menos que tiene el suficiente interés como para pasar de las primeras páginas y llegar al final. El beso del canguro no fue un libro por el que me interesara en un principio. Hay que decirlo, ser sincero con uno mismo, para entender que después de empezar su lectura, entendí el por qué de algunas recomendaciones de personas a las que tengo en alta estima. Y así, entre andanzas, gotas que caen y vidas ajenas, descubro de nuevo a Eugenia Rico como una de esas voces que no se callan nada y que permiten al lector hacer un viaje al inframundo, o si se prefiere a un limbo que, aun sin existir en el colectivo religioso, permite que estemos entre dos lugares diferentes: el cielo y el infierno de la literatura. Y ahora entenderéis por qué.
Lázaro ha conocido el infierno. Ha sido desde esclavo sexual a camello, pasando por las manos de diferentes amos. Y en ese caminar busca librarse de la maldición del beso del canguro y, de paso, intentar no ser un maltratado como su padre. Y es que los viajes de la vida no suelen ser un camino de rosas, sino que la mierda también puede recubrir pasado, presente y futuro.
Hay varias cuestiones que hacen de El beso del canguro una novela interesante: la primera, observar cómo se ha intentado, de alguna manera – aunque a mí me parezca que se le ha dado demasiado bombo y platillo -, el género de la picaresca, en un homenaje a ese Lazarillo de Tormes que todos conocemos aunque sea de oídas; la segunda, que Eugenia Rico no se da ninguna concesión ni censura a la hora de poner en evidencia que, en la literatura, como en toda casa, cuecen las mismas habas que en todos lados. ¿Por qué digo esto? Por una sencilla razón: observo en las novelas, últimamente, un alejamiento de llamar a las cosas por su nombre y aquí se habla, se nombra, se verbaliza, de forma concreta a lo que en otros sitios es un tabú demasiado generalizado. Queremos novelas valientes, o arriesgadas, o simplemente realistas. La tercera razón nos lleva a ese aspecto que siempre me ha maravillado de la autora: su crudeza. Leí un cuento suyo hace tiempo que aún hoy me estremece y, aunque en esta novela no se trate de la misma forma, no hay que obviar que algunas escenas estremecen por su sencillez al describirlas y por lo que encierran en su interior.
Pero como en todo lo que se escribe, tiende a haber algunos aspectos, por definirlos de alguna manera, negativos. No son muchos, y ni siquiera creo que tengan mucho que ver con la propia Eugenia Rico por lo que, al leerlos, intentad ponerlos en vuestra mente entre paréntesis. El primero, la corrección. Quizás sea sólo mi ejemplar, puede que yo haya tenido mala suerte, pero en cualquier caso resulta frustrante observar cómo en las primeras sesenta páginas hay letras que desaparecen convirtiendo a las palabras en huérfanas de su propio significado, con lo que implica para la lectura del que suscribe. El segundo, y último de esos escollos es, como decía al principio, esa necesidad imperiosa de publicitar un libro sin atender especialmente a lo que nos cuenta, simplemente intentando vendérnoslo porque sí. El beso del canguro es una novela sobre la vida, pero también sobre la suerte, la maldición de existir, sobre la melancolía y una vivencia del amor bastante marginal, sobre las ilusiones y los pasados que se cargan sobre la espalda y sobre la sangre que llevamos dentro y que para algunos es lo suficientemente fuerte como para justificar sus actos. No estamos ante una novela de complacencia, amable en su contenido, y por el contrario sí estamos ante una obra que debe leerse con interés y magnetismo ya que todos nosotros, como Lázaro, necesitamos de vez en cuando salir de nuestro propio infierno, aunque eso signifique meternos en otro mucho peor.
Leí “El beso del canguro” despues de tu recomendación y me encantó. Simplemente uno de esos libros que podría leer una y otra vez. Me ha cambiado la vida. Lo regalaré este verano.