Embobada, así me he quedado yo con El bosque de los troles. Y no es una forma de hablar, no. Me he quedado prendada de las preciosas ilustraciones de John Holmvall, sin poder apartar los ojos de las dulces expresiones de los niños que se adentran en los bosques y de los entrañables troles que salen a su paso. Vale, esos troles suelen raptar a esos aventureros niños, pero con esas enormes orejotas y narizotas es imposible que les tenga manía; en el fondo, no tienen malas intenciones… Y si la cosa se complica, siempre habrá un hada —elfina en el libro— o un duende que acudan a echar una mano, ¡son tan majos!
¡Ay, es que se me cae la baba con este libro! Si ha causado esa fascinación en mí ahora, que ya tengo una edad, imaginad lo que me hubiera provocado en la infancia. Me veo leyéndolo todos los días y cogiendo folios para intentar copiar las imágenes una y otra vez, hasta acabar calcándolas cuando me diera cuenta de que era incapaz de dibujar semejante maravilla. Si en este momento tuviera una máquina del tiempo, viajaría al pasado para regalarme este libro. Eso sí, con la condición a mi yo de siete años de que no calcara nada, que eso estropea las páginas y El bosque de los troles no merece ese atropello.
El talentazo de John Holmvall hace que este libro sea pura magia, pero también hay que dar las gracias a John Bauer, el ilustrador sueco en el que se inspira y que a principios del siglo XX fue el encargado de ilustrar las colecciones de cuentos de hadas suecos. La estética es prácticamente idéntica y, al igual que hiciera Bauer, John Holmvall recupera los cuentos populares nórdicos de troles, duendes y elfinas, pero para hacer las delicias de los niños del siglo XXI en esta ocasión. El bosque de los troles está compuesto de cinco historias: «El trueque», «Lía-María», «Los viajeros», «Cascabelita» y «El caminante». Pequeñas aventuras llenas de humor que nos adentran en ese mundo de magia que se esconde en las profundidades del bosque y que, además, nos enseñan a respetar la naturaleza, a buscar la verdadera esencia de nosotros mismos y el valor de la amistad. Un libro divertido, hermoso y con un toque instructivo. Una joyita, vamos.
Cuanto más hojeo El bosque de los troles, más me enamoro, y es que es el libro perfecto para soñar con seres fantásticos. Me parece imposible mirar estas ilustraciones y no retrotraerse a la niñez, esa época en la que pensábamos que si mirábamos en la seta adecuada, encontraríamos un gnomo; si observábamos bien entre la maleza, veríamos un hada revoloteando o si nos atrevíamos a entrar en la penumbra de las cuevas, nos toparíamos con una familia de troles.
¿Sabéis qué? Creo que con El bosque de los troles he hallado mi máquina del tiempo: con él no puedo viajar literalmente al pasado, pero me basta con contemplar las ilustraciones de John Holmvall para reencontrarme con la niña que fui. Quizá sea mi yo adulto el que necesitaba ese regalo.