Hay algo raro que me pasa con las ediciones que salen con motivo del aniversario de la primera publicación del libro en cuestión. Me siento extraño cuando voy a leer esa nueva edición y no he leído la primera. Yo escojo la nueva simplemente porque la veo y hace que el libro me interese. No sé, quizá cuando salió por primera vez yo no tenía edad para leerlo, o no lo vi, o yo qué sé. La cosa es que cuando tengo esa nueva edición delante es como si me sintiera mal por no haber leído la primera, como si fuera el único que voy a leer esta sin tener leída la anterior. Como si estuviera traicionando en cierto sentido al autor. Y de alguna manera también a la editorial, sea cual sea la originaria. Seguramente sea el único al que le pasa esto, pero es así, y lo cuento porque me ha vuelto a pasar y me ha pasado con el libro del que hablo hoy. Un libro del que Libros del Asteroide ha sacado una nueva edición revisada (y retocada) por el autor con motivo del décimo aniversario de su publicación. El libro en cuestión es El boxeador polaco, de Eduardo Halfon.
Pero obviemos esas primeras impresiones, que por suerte desaparecen cuando empiezo a leer el libro (y si es bueno, como este, todavía más). El boxeador polaco es una recopilación de relatos conectados entre sí del escritor guatemalteco Eduardo Halfon, multipremiado y aclamado por la crítica tanto allí como aquí (sin saber, quiero dejarlo claro, qué es aquí y qué es allí). En este caso, Halfon ha querido ordenar los relatos según su idea original. Por ciertas cuestiones (imagino que editoriales, o quién sabe) los relatos tenían otro orden cuando se publicaron hace ahora diez años. ¿Qué orden? Pues no lo sé. ¿Por qué no lo sé? Pues porque hace diez años no lo leí. ¿Ves? Es de esto de lo que hablaba al principio.
El libro se titula así en referencia al abuelo de Halfon, o por lo menos del Halfon personaje, que se parece mucho al escritor pero que nunca se sabe (ni falta que hace) si son el mismo. Una apuesta más por la autoficción. El abuelo de Halfon tenía unos números tatuados en el antebrazo y el pequeño Halfon no supo lo que aquellos dígitos significaban hasta que no fue un adulto capaz de sentarse al lado de su abuelo, botella de whisky a medias, y plantar cara al pasado. Hasta ese momento, aquella cifra era el antiguo número de teléfono de su abuelo. Una mentira familiar generalizada. Toda esta historia es el relato central y la que da título al libro.
Pero aparte de este, que irradia a todos los demás, hay otros relatos. En concreto, ocho más. Y también todos con un tema común: la figura de Milan Rakic. Es este un pianista serbio, capaz de vivir en una desaparición continua tras dejar la semilla de la estupefacción en Halfon. ¿Y qué hará Halfon? Lo que haríamos todos: buscarlo. Lo buscara a través de las misteriosas postales que este le envía constantemente desde lugares diferentes y lejanos, llegando incluso a ir a Serbia a seguir su pista. Es misión tuya, mía no, descubrir si al final lo encuentra.
Son, los relatos que componen este El boxeador polaco, relatos conectados entre sí, todos con un Eduardo Halfon como protagonista que se atreve a desnudarse ante el lector. Eso sí, como ya he dicho, sin saber (ni falta qué hace, otra vez) si todo eso le ha ocurrido o no en realidad. Leemos sobre su relación en pareja, sobre sus viajes, sus ponencias, sus encuentros, sus tonteos, sus tragos, sus cigarros, su vida. En realidad, sean relatos o no, es este un libro donde conocer a Eduardo Halfon, sea el que conocemos como escritor o un simple personaje.
Pero también es la obra una gran lección de lo que es y sobre todo lo que puede ser la autoficción, tan de moda en nuestros días. La gracia que tiene jugar con la realidad y jugar sobre todo con los lectores para que estos se crean lo que cuentas, simplemente porque lo cuentas a partir de tu nombre, y quizá de tus gustos, de tus actividades habituales, de algo muy parecido a tu vida. Inventar, solo inventar, y disfrutar con ello. El famoso pacto con el lector. Qué gran juego es la literatura y qué bonito es cuando consigues entregarte totalmente a ella. Y dejas que jueguen contigo. Yo solo pido que sea verdad que el de la foto de cubierta es su abuelo real justo después de salir de un campo de concentración nazi. Por diez años más, Halfon.
No me suena ese “Ni falta que hace” despectivo. Pero bueno, es su estilo.