Reseña del libro “El caballo ciego”, de Kay Boyle
Me viene bien que Andrés Barrero haya reseñado ya este libro por aquí porque en realidad lo que yo tengo son ganas de no contarles nada, y de este modo no me siento tan mal haciéndolo, porque pueden largarse ahora mismo a leer su texto si es que no lo han hecho y a mí darme de lado en este punto exacto. Ojalá.
Porque no me gustaría contribuir a que esta novela se convierta en un fenómeno de masas, de verdad. ¿Quién lo conocía entre los hablantes de nuestra lengua hace un par de meses? Nadie. Cuatro gatos. ¿A quién le sonaba el nombre de la autora? Al editor, que lo estaría traduciendo ya, poco más. Tampoco quiero que se arruine, pero déjenme que prefiera atesorarlo, de manera egoísta, que lo guarde para mencionarlo en algunas conversaciones selectas, que lo convierta en uno de esos secretos que no se revelan en la mesa a la hora de la cena, sino en la charleta del último cigarrillo fuera del bar antes del primer beso.
Es una sensación fantástica que, ahora que han dejado de leer, puedo decir que experimento todavía con La pared, de Marlen Haushofer, con Alfa, Bravo, Charlie, Delta, de Stephanie Vaughn, con Agua salada de Charles Simmons. El descubrimiento de algo que siempre estuvo ahí, que brilla como el reflejo de la cerilla en la pupila antes de abrasar los dedos.
Y es que tengo debilidad por estos librazos que son rescatados después de décadas y no han perdido un ápice de su fuerza. Son auténticos supervivientes, cómo no quererlos. En el caso concreto de Kay Boyle, admiro su capacidad para retratar un conflicto intergeneracional complejo, que se puede trasladar a nuestros días, el dilema moral que nos plantea, sus personajes trazados con precisión milimétrica, su riqueza de vocabulario. Admiro su vida de escritura y de pelea también, y eso que no conocía absolutamente nada de ella hasta que leí el epílogo a la edición que ahora nos ocupa de El caballo ciego.
¿Qué ocurre en la novela? Ya se lo he dicho en el primero párrafo, vayan a leer a Andrés para eso. Hay un caballo que se queda ciego, obvio, un padre que bebe y está bastante acomplejado, una hija que quiere volar libre en la ciudad y se ahoga en el campo y una madre que pretende controlar el destino de los tres y que no cuenta con que su alianza, incluido el caballo, puede ser la fuerza más poderosa a la que se haya enfrentado. No les diré que es un thriller, pero la tensión se siente y va in crescendo de manera impecable hasta un final convincente. Se hace corto, quizá, Boyle se deja llevar un poquito más de la cuenta por algunas florituras cuando describe, vale, pero más allá de eso no me explico que no haya tenido repercusión y éxito en nuestras fronteras hasta ahora.
Pero basta de revelaciones. Ahora sí, ya pueden dejar de leer e ir a por una copia, sin decírselo a nadie. Luego, si les apetece, búsquenme junto a los fumadores de la puerta en la última conversación de la noche (seré el que no tiene un pitillo de la mano) para que hablemos sobre él el tiempo que haga falta.
Al terminar ya veremos qué hacemos con lo del beso.