Reseña del libro “El caballo ciego”, de Kay Boyle
Para alguien como yo que presume por tener por pasiones la literatura y la veterinaria, una obra titulada El caballo ciego es, a priori, irresistible. A posteriori también, desde luego no decepciona, diría que incluso da mucho más de lo que se espera. Pero para explicar porqué es mucho más, debería empezar por e principio, que en este caso esta al final del libro, por la autora. La edición se cierra con un perfil biográfico de Kay Boyle y en él descubrimos una vida apasionante, una autora comprometida que además hubo de pagar por ese compromiso que le toco vivir una época bastante oscura que transcurrió cronológicamente en paralelo al siglo XX. Pese a todo fue libre y fue prolífica, publicó más de cuarenta libros, entre ellos catorce novelas y ocho poemarios y llegó a ser calificada como la heredera de Hemingway. Amó, escribió y luchó. Esta biografía tan interesante de una autora comprometida con los derechos civiles está hábilmente colocada después de la novela y eso hace verla con otros ojos, porque si bien la historia de por si es emocionante y está maravillosamente escrita, una vez conocida la vida de la autora imagina uno que el caballo, ademas de protagonista equino de la novela, bien pudiera ser un símbolo del diferente, de aquellos a quienes se les niega la dignidad o se confunde esta con la productividad, que es aun peor, y esta perspectiva engrandece aun más esta obra.
El caballo ciego es un regalo de un padre a su hija, solo que cuando lo compra no está ciego y esa torpeza es una más de una larga lista de ellas que la madre, mujer fuerte y práctica, considera afrentas. Esto nos sitúa en el centro de una batalla familiar que se pudiera ampliar al mundo entero, una lucha entre la utilidad y el romanticismo, entre los beneficios y los sentimientos, entre las obligaciones y la voluntad.
La madre, que es la experta en caballos y quien lleva en negocio familiar, quien tiene el dinero, y guiada por su espíritu práctico defiende que hay que sacrificarlo, que no tiene sentido gastar en un animal inútil que ocupa el espacio de uno que podría reportarles beneficios, mientras que la hija se encariña del caballo y trata de enseñarle a manejarse pese a su ceguera, lo que además es una forma de salvarle la vida. El padre se debate entre el miedo a los caballos y el amor por su hija, pero su papel, lejos de ser el de un simple mediador, aporta a la novela una importante dosis de emotividad. Es un personaje extraño, débil y borracho, pero que nos regala algunos momentos memorables. Se plantea así una batalla en la familia con el caballo como centro pero que en realidad se libra entre la responsabilidad, la rebeldía y el romanticismo.
Es una novela de 1938, en aquel tiempo resultaba una extravagancia considerar a los animales algo más que objetos y la idea de mantener a uno que carecía de sentido práctico, solo por cariño, era toda una extravagancia. Eso da más valor al empeño de la hija pero también nos dice mucho del camino que hemos recorrido las sociedades occidentales desde entonces, ahora no es extraño considerar a todos los animales seres sintientes, no solo a las mascotas, pero lejos de hacer que la novela haya quedado desfasada, le añade valor.
El caballo ciego es una novela corta que sin embargo tiene mucho más contenido que el del texto escrito, da mucho espacio al lector para reflexionar, probablemente sea incluso inevitable, y hay varios momentos en los que la emoción se adueña de un lector que lejos de ser un mero espectador de una batalla familiar difícilmente puede evitar tomar partido.
Además de interesante es una novela brillante, con un estilo muy cuidado. Sospecho que es de las que mejoran cuando se pueden leer con pausa, sin distracciones, dedicándole la atención que merece. Si le llama la atención, sin duda no le defraudará.
Andrés Barrero
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