Desde hace años tengo por costumbre leer acompañado de un bolígrafo de tinta negra y de una pequeña libreta de hojas cuadriculadas. Años atrás solía subrayar en los libros las frases que me gustaban y anotaba en los márgenes algunas opiniones que me transmitía lo que había leído, pero pronto comprendí que eso era una auténtica guarrada. Desde entonces siempre intento tener cerca mi libreta, para que todo aquello que me impacta de una nueva lectura no se me escape. Digo esto porque El camino del perro ha sido el primer libro en mucho tiempo que me ha obligado a abandonar este ritual. Y es que, cada vez que me gustaba una idea abría el cuaderno, pero no sabía cómo recogerla. Y algo parecido me ocurría al leer antes de acostarme, dado que a la mañana siguiente intentaba hacer memoria sobre lo que había leído la noche anterior pero no era capaz de explicarlo. Sólo sabía que esa novela no era como las demás. Y ese es uno de los aspectos que más valoro en mis lecturas.
Lo nuevo de Sam Savage es, a grandes rasgos, el largo monólogo interior de un antiguo pintor y mecenas de escaso éxito, en lo que parecen los últimos días de su vida. A través de Harold Nivenson, el protagonista, Savage lanza reflexiones ácidas y feroces sobre todo tipo de cuestiones, desde los traumas de la infancia a la industria del arte, aunque centra su crítica en el consumismo, la religión mayoritaria en este siglo XXI. Nivenson, quien parece iluminado por la cercanía de su último respiro, suelta pensamientos amargos a borbotones y construye un desprecio admirable contra la sociedad buenista, hipócrita y pequeñoburguesa que le rodea y de la que él no se siente parte activa. Sólo parece mostrar algo de cariño por dos seres ya fallecidos: Roy, su perro, y Peter Meininger, un pintor alemán con el que mantuvo una compleja relación de admiración y envidia durante sus años de mecenazgo.
Savage publica este trabajo a los 75 años. Toda una vida a sus espaldas, dedicada a profesiones tan diversas e inconexas como la de mecánico de bicicletas, profesor de filosofía o pescador de cangrejos. Hasta 2005 no publicó su primera novela y fue en 2007 cuando alcanzó un notable reconocimiento con Firmin, la historia de una rata nacida en el sótano de una librería que se alimenta, intelectual y digestivamente, de los libros que va encontrando.
Su sexta novela, la primera que he leído del autor, es un libro al que cuesta hacerse, lo confieso. De hecho, si me hubiesen preguntado mi opinión sobre ella cuando sólo había leído veinte páginas, creo que ni el propio Savage me hubiese sacado una respuesta agradable. Es lógico, ya que este libro nos obliga a cambiar el chip a todos los que estamos acostumbrados a leer tramas más o menos convencionales. Sin embargo, la reflexión cruda y descarnada que nos ofrece Savage en las 150 páginas que ocupa este libro llega a crear empatía ya que, pese a que Nivenson parece despreciar todo lo que le rodea, su crítica a lo terrenal se conjuga con una solemne admiración hacia lo artístico e intangible.
Si eres de esas personas que tienen una taza de Mr. Wonderful y tu descripción en Twitter reza algo así como “enamorado de la vida”, “carpe diem”, o “ciudadano de un lugar llamado mundo” te invito a que te alejes de este ensayo todo lo que puedas. El camino del Perro es café para muy cafeteros; un libro breve pero lo suficientemente intenso como para dejar un poso amargo y duradero en el lector, al que invita a reflexionar sobre lo absurdo e hipócrita del mundo en el que nos ha tocado vivir.