El mundo editorial te depara sorpresas cada cierto tiempo. Muchas no son más que campañas de marketing orquestadas por las editoriales, dispuestas a venderte una novela más revistiéndola de algo que luego resulta ser un fraude. De ahí que varios best-sellers de los últimos años tengan más ventas que calidad literaria. Sin embargo, en otras ocasiones, lo que se vende a priori como “Un sorprendente y rotundo descubrimiento literario” termina convirtiendo a esa frase en una gran y sincera verdad. Y eso pasa con una de las últimas novelas de la editorial Destino, El carbonero de Carlos Soto Femenía.
Tenemos en esta historia un noir rural ambientado en Mallorca y cuyos protagonistas, o al menos dos de ellos, desempeñan una profesión ya casi extinta, la de carbonero, oficio por otra parte bastante desconocido, al menos para los urbanitas. La novela la protagoniza Marc, un joven que desempeña este duro oficio junto a su padre en los montes de la Sierra de Tramontana, donde la soledad, la vigilia y el aislamiento forman parte de la vida austera las semanas que dura la quema de la encina. Marc y su padre son el apoyo mutuo que se necesita para subsistir en esas condiciones de vida, y más cuando en un luctuoso suceso ocurrido siete años atrás uno se queda sin madre y el otro sin esposa.
Los dos carboneros están acompañados por sus vecinos Arnau y Aina, hijos de un buhonero que hace de los trapicheos por la isla su modo de vida. Y todo dentro de la propiedad posesión de Joana, una señora a la que un amor pasado la impide desligarse del trabajo de sus vasallos. Con apenas seis personajes, Carlos Soto Femenía construye una historia fuerte, áspera y fría, sin florituras ni regalos al lector. Una historia tan dura como duro es el oficio del carbonero. Una historia donde los silencios cogen más importancia que los diálogos, donde una narración contenida encoge el alma del lector, que ve como la venganza y las deudas que uno contrae a lo largo de su vida son como un mal que nunca se puede llegar a expulsar, aunque uno pretenda con todas sus fuerzas pasar página.
Carlos Soto Femenía venía avalado por las palabras de Lorenzo Silva, y sin duda el apadrinado deja en buen nivel al padrino con esta novela. En El carbonero se nota la dura tarea de documentación sobre los usos y modos de vida del oficio y de los años de posguerra en la isla de Mallorca. Quizá alguno encuentre lento los primeros capítulos, donde se describe con todo detalle cómo se armaba la sitja y como vivían los trabajadores los días que duraba la quema. Pero ese ritmo lento, que no pesado, va in crescendo y evoluciona al ritmo marcado por su protagonista y sus ansias de venganza y nos revela que para hacer una buena novela negra no hace falta revestirla con policías corruptos, detectives huraños o asesinos implacables que no dudan en disparar a las primeras de cambio. No. Para hacer una buena novela negra solo se necesita una buena historia y hurgar en las profundidades del ser humano, allí donde se encuentra lo que somos incapaces de digerir, y donde se cocinan los peores sentimientos. Hasta ese recóndito lugar ha viajado el autor, y gracias a ese viaje uno puede escribir una historia así de buena.
Decía Lorenzo Silva que gracias a esta novela Carlos iba a dejar de ser secreto. Ya nos dijo el autor en la entrevista que tuvimos con él que no estaba muy de acuerdo con ese término. Pero aun así, desconocido o secreto, da igual; lo único claro es que tras leer El carbonero voy a seguir muy de cerca la pista de este escritor.
César Malagón @malagonc