Reconozco que, con este cómic, la portada ha sido un poderoso reclamo. Un auténtico imán irracional para mí. Esa mujer, con un aire a las tahitianas de Gaugin, sujetando en el pecho, esperanzada, una carta, en la costa, con el mar de fondo, el faro, las gaviotas… Ese color y ese dibujo tan atrayentes…
La sinopsis no hizo sino confirmar que quería leer este cómic. Un cómic que a veces me recordaba a la preciosa y triste película italiana de Tornatore, Cinema Paradiso, aunque no sé todavía por qué, (aquí ni hay cine, ni el prota es un crío aprendiz, ni estamos en Italia… lo único, si apuramos, la guerra…) pero da igual; era una sensación que no se apartó de mí durante toda la lectura y que me gustó que así fuera.
El cartero de las mujeres es una historia que debe, que TIENE, que leerse con tranquilidad y calma. Fijándonos bien en las viñetas, en los colores, y, siendo un poco más técnicos, (tampoco mucho más), en la composición de las páginas. Páginas con una viñeta, otras con dos, cinco siete,… y todas dispuestas de maneras distintas. Los colores cálidos ayudan a esa lectura relajada. Vivimos prácticamente un atardecer de verano durante la mayoría del cómic y vemos lugares comunes que podemos identificar y nos son familiares a todos.
La historia comienza diciéndonos que un terrorista serbio asesina al archiduque Francisco Fernando, cosa que, no es el detonante de la I Guerra Mundial, pero sí otra de las gotas que colmarán el vaso y la que provocará que una pequeña isla bretona se quede sin hombres. “No hay isla que no esté a salvo de continentes cretinos”, dice el maestro, embarcado también para la guerra.
Maël es un chico patizambo y por eso no es reclutado. Será el encargado de repartir el correo en la isla, cosa a la que está dispuesto con tal de librarse de los quehaceres diarios ayudando a su tiránico padre.
Las mujeres deben también adaptarse y hacer el trabajo que hacían los hombres: ocuparse del campo, de los animales y además de las tareas de la casa. Echan de menos a sus hombres, sobre todo en la cama. Y ahí es donde Maël, a cuya presencia periódica se han acostumbrado va a intervenir.
Maël, a quién ninguna mujer en el pueblo le ha hecho caso nunca, de quién todo el mundo se ha burlado, quien era considerado casi como el tonto del pueblo, se descubre como un muchacho tímido, inteligente, sensible que cae bien a todo el mundo, con quien se pueden desahogar y llorar en el umbral sin preocupar por ello a sus padres; a quién pueden invitar a comer… y poco a poco algo más. Ya no les parece jorobado ni feo.
Maël sacará todo el provecho posible de su situación y se acostará con toda la que se lo pida, ya sea joven o anciana. Pim, pam. Con “to quisqui”. Si lleva faldas no hay más que hablar. Se entiende. Tanto tiempo en barbecho… Con el tiempo ganará en confianza y autoestima e irá ya no solo rechazando algunas propuestas en favor de otra, sino que se valdrá oscuras tretas para cazar a aquellas mujeres que no hayan pasado por su cama.
Hasta aquí puedo leer sin destripar más. Solo añadir que el rumbo que seguirá la historia a partir de aquí no lo imaginé en ningún momento. Esperaba una trama suave, costumbrista y tranquila hasta que los hombres, los supervivientes, volvieran de la guerra. Esperaba una linealidad cómoda y deliciosa. Pero el final, no por inesperado ha sido menos disfrutable, suave e incluso costumbrista.
A riesgo de parecer un moñas, insistiré: El cartero de las mujeres es un cómic delicioso (pero no en sentido moñas, que no lo es para nada. Incluso tiene un tono diabólico. Hala, ya lo he dicho).
Espléndido el arte y también el guion.
Y la edición, que los de Ponent Mon también se la han currado: tapa dura, tamaño grande y buena calidad del papel.
Un lujo de obra que no se puede dejar pasar. Un regalo perfecto.