El caso de la mano perdida, de Fernando Roye
Dice la editora en un texto pertinentemente denominado colofón, situado al final del libro, claro, que no es un secreto su debilidad por la novela policiaca, pero que recientemente ha descubierto gracias al Cabo Holmes y al sargento Carmelo Domínguez (protagonista de esta novela, El caso de la mano perdida) una afición al uniforme verde y al sombrero de tres puntas. Suscribo esas palabras y añado que esta afición, además de consolidada, me resulta considerablemente sorprendente porque hasta que descubrí a Holmes no imaginé que la guardia civil pudiera resultar, literariamente hablando, tan atractiva. Pero funciona, y lo hace muy bien. El caso de la mano perdida, de Fernando Roya da un paso más en la construcción literaria del tricornio y lo hace ambientando su obra en los años cincuenta del pasado siglo y en un pequeño pueblo de lo que con toda probabilidad un clásico llamaría la España profunda. Y es todo un acierto, porque el escenario sin perder la proximidad cultural que tan atrayente resulta al lector, añade el encanto de los ecos del pasado, de la exploración de las raíces. Y aun quiero destacar un hallazgo literario más antes de comentar el libro, hallazgo que se materializa en forma de escenario: la casa cuartel. Tengo para mí que es un escenario extraordinario, un refugio de camaradería tanto como de mezquindades y envidias que es propicio al florecimiento del relato: una hoguera de vanidades que se prende con fósforos y se alimenta con miseria, pero que luce con brillo literario singular.
Fernando Roye consigue en este caso, que no creo arriesgarme a confundir realidad con deseo si lo considero uno de muchos que vendrán, un relato de intriga construido con solvencia y unos personajes muy bien caracterizados, especialmente el sargento protagonista que es ciertamente original, pero lo que me ha gustado especialmente de esta novela no tiene tanto que ver con la trama o los personajes, sino con la musicalidad del lenguaje popular que usan muchos de ellos, el colorido de un habla en muchos casos ya en desuso pero tan confortable y emotiva como si fuese un cuento de abuela, contado mientras se separan lentejas al calor del brasero y la mesa camilla.
Carmelo Domínguez, el sargento hechizado, es un personaje peculiar. Es incisivo y perspicaz, a menudo sorprende, pero su argumentario bebe más de refranes que de novelas policiacas y su actitud vital está más cerca de Oblomov que de Phillip Marlowe. No es un atleta ni un galán, las sábanas de la cama le atraen más que los papeles del despacho y su mirada es más de espectador (atento, eso sí) que de actor, pero hay que reconocerle que cuando se pone, se pone y es capaz de investigar El caso de la mano perdida con similar eficacia a la que logra en la siempre difícil e imprevisible tarea de seducir lectores. Y lo digo en plural porque no me cabe duda de que no seré el único lector que se quite el sombrero al tiempo que él se ponga el tricornio.
Alrededor del caso dispone Fernando Roye un universo necesario de instantáneas que lo sitúan en su tiempo y en su lugar: las míseras condiciones de subsistencia de un pequeño pueblo en aquel tiempo, la brutalidad de algunos, la incultura y la superstición de otros el funcionamiento asimétrico de la justicia, y las diferencias sociales y económicas entre diferentes estamentos. Pero sospecho que de todos los recursos de ambientación que ha utilizado el autor hay uno con el que habrá sentido especialmente satisfecho, y no lo digo porque sea especialmente relevante, que el peso argumental que tiene es el que es, sino porque algo me dice que se quedó especialmente a gusto, y lo digo en el sentido en el que uno lo está gracias a una compensación kármica, con cierto suceso de la visita del entonces jefe del estado al pueblo en el que se desarrolla la acción. No quiero reventarles el momento, pero probablemente lo reconozcan por la sonrisa de su rostro al leerlo.
En fin, que yo no soy un asiduo del género policiaco como tal, aunque me gusta visitarlo de tanto en cuanto, pero les animo a que transiten con la editora y conmigo este camino que Sinerrata parece dispuesta a marcarnos y continúen tiñendo de verde su gusto literario. Les aseguro que al menos a mí me está dando muchas satisfacciones.
Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es