La mayor parte de la literatura postapocalíptica siempre nos cuenta cómo hemos llegado a una situación en la que no hay punto de retorno, para luego guiarnos en un relato sobre cómo sobrevivir en este nuevo escenario nada proclive a permitir la supervivencia. Sin embargo, no todos los libros transitan los mismos tropos. El cielo de medianoche es una de esas rarezas que otorgan un enfoque novedoso a un tema que conocemos al dedillo. Lo que aquí importa no es el porqué del debacle de la civilización. Aviso para navegantes: no esperéis una respuesta a dicha pregunta. Lo que de verdad destaca en la historia de Lily Brooks-Dalton es cómo nos relacionamos entre nosotros después de que todo ha acabado. La importancia de las relaciones y la necesidad de saldar cuentas pasadas son la base sobre la que se construye esta novela atípica sobre decirle adiós al mundo tal y como lo conocíamos.
Las cuerdas vocales de cualquier humano han evolucionado de tal modo que pueden crear un sinfín de mensajes diferentes. Para lo que no hemos sido preparados es para comunicarnos y no recibir respuesta. Este es el vacío que encuentra la tripulación de la Aether, una nave que tras regresar de una expedición a las lunas de Júpiter descubre que sólo llega silencio de la Tierra. Sully, encargada de llevar a cabo dichas comunicaciones, ve cómo la moral de sus compañeros decae día a día. De vuelta al planeta Tierra, Augie un astrónomo que vive en una estación científica en pleno Ártico tampoco sabe qué ha sucedido. Todos los demás investigadores se han marchado y sin saber cómo han dejado a una niña atrás. Augie, a pesar de su avanzada edad, tendrá que hacerse responsable de la pequeña Iris en un contexto en el que nada es favorable para ninguno de los dos. Aun sin fuerzas, el anciano y la pequeña intentan hacer habitable el paraje más inhóspito de nuestro planeta. Estas dos historias construyen de forma paralela un relato sobre la superación y sobre el miedo a quedarse solos de la forma más denotativamente posible.
El estilo con el que la autora construye su novela es impecable. Limpio, sin florituras y dejando que el paisaje hable por sí solo. Sus descripciones concisas nos explican la arquitectura emocional de sus personajes. Cómo estos evitan el derrumbe a través de andamios hechos de recuerdos, fotografías y diálogos que tuvieron lugar mucho tiempo atrás. La reflexión y la ingravidez del espacio. La redención y la blancura del Ártico. A través de las páginas, las frases llegaban a mis oídos como si fueran canciones de M83 o Bon Iver. Composiciones y párrafos que, sin entrar en tecnicismos, iban detallando la autopsia de la vida tal y como era. Es ahí donde la novela ensombrece a otros muchos libros: en la búsqueda de esperanza dentro de la voluntad humana, ajena a cualquier intento de devastación o decaimiento. Es al cuidar a otros cuando sacamos fuerzas para sobrevivir. Es en la entrega y en la empatía, parece decirnos Lily Brooks-Dalton, donde nos volvemos poderosos incluso con el pronóstico menos favorecedor.
El cielo de medianoche pronto será adaptada a película por George Clooney. Y entiendo la fascinación que ha podido suscitar para llevarla a otros medios, para que llegue al mayor número de personas posibles. Y es que tanto el viaje a pie por el Ártico como en el vuelo de regreso de la Aether, hay lecciones que se quedan con el lector después de acabar la novela. La vida es más llevadera cuando tienes un objetivo definido. Es importante dejarlo todo bien atado para facilitarle las cosas a aquellos que se quedan aquí tras nuestra marcha. Y la más importante de todas: siempre hay alguien al otro lado, sigue intentando establecer contacto. Pocas novelas hablan con tanta sinceridad y sin crear faltas expectativas sobre lo que uno puedo hacer cuando parece que está todo perdido. Ésta es una de ellas.