Reseña del libro “El ciervo y la sombra”, de Diego Ameixeiras
Leo en algún sitio que Diego Ameixeiras (Lausane, Suiza, 1976), tras 12 novelas, incluyendo la que nos ocupa, siempre busca en ellas que aparezca “ese aire de fatalidad, crepuscular y poético”. Y vaya si lo encuentra. No se me ocurren tres mejores sustantivos para adjetivar su última novela, “El ciervo y la sombra”, ganadora del Premio Nacional de la Crítica en lengua gallega en 2021 y aparecida este 2022 en español.
Estamos ante una novela negra muy singular. Primero, porque, por extensión (182 páginas) casi se trata más de una novela corta que de una novela propiamente dicha, y segundo porque, de negra, tiene, sí, esos tres sustantivos que, como bien sabemos los asiduos al género, tan bien lo caracterizan. Pero aquí no encontraremos ninguna trama del tipo “whodonit”, quién lo hizo, quién es el asesino, el ladrón o lo que sea, como tampoco hay ningún cadáver eviscerado y colgado de la Torre de Hércules o cualquier otro crimen epatante, las más de las veces inverosímil, aunque tan de moda en los últimos años. Ni siquiera hay un detective, un comisario, un policía, un detective, con un trauma y un pasado oscuro que no le deja vivir el presente con tranquilidad y que, además, padece algún trastorno, algún síndrome, algún desequilibrio emocional que, aunque le nuble la razón y el entendimiento, sin embargo, triunfa en la consecución de sus objetivos, porque lo que nunca le falla (y por eso empatizamos tanto con él), es su extraordinario e inamovible sentido de la justicia. No, no hay nada de eso.
Entonces ¿qué vamos a encontrar en “El ciervo y la sombra”? A Mateo, quien, para subsistir, vende cocaína. Que intenta escapar de los turbios y extraños negocios que le ofrece su mejor cliente, Silvio. Que trata de recuperarse de la muerte de sus padres en accidente de tráfico. Que cuida de Eulalia, una maestra jubilada que ya no puede llevarle flores a su hermano muerto. Que se ha hecho amigo de Andrés, el cura que lo ayudó a desintoxicarse años atrás, y con el que colabora llevando alimentos a los más necesitados. Que comienza a frecuentar La Barronka, el edificio rehabilitado por un grupo de anarquistas. Y que no sabe si la aparición de Irene, un antiguo amor, es más oscuridad o un rayo de luz en su vida, aunque sabemos que no tardará en averiguarlo.
¡Ah! Y todo ello en Ourense, la ciudad que, como en las mejores del género (permítaseme tirar de tópicos ya que hablamos de géneros, es decir, de etiquetas, es decir, de generalizaciones, es decir, de simplificaciones, es decir, de tópicos) es una protagonista más, con su sempiterno nublado y su impertinente lluvia. A lo que se añade una vis poética presente desde el propio título. Por cierto, acabo de darme cuenta, tendré que hacérmelo mirar que, sin haberlo buscado, llevo ya dos reseñas relacionadas con los ciervos en esta web.
Cada capítulo avanza con paso firme, con la fuerza de unas frases secas y contundentes como disparos en el entrecejo, y te lleva hacia un final que se intuye desde el primero y que, sin embargo, te deja con una sensación de angustia y un punto de incomprensión que te lleva a volver hacia atrás sobre tus propios pasos, para averiguar en qué momento Mateo ha vuelto a meter la pata por enésima vez. Y es que, en toda la novela se respira la desolación, la convicción de que cuando uno está perdido, está perdido, por mucho rayo de esperanza que crea ver.
Y eso, queridos amigos, es justo lo que a mí más me gusta leer en los mejores relatos del noir. Por eso recomiendo encarecida y fervorosamente esta pequeña joya.