Hay quien dice que no hay primera novela buena, pero yo no estoy de acuerdo. Algunos de los libros que más me han gustado fueron primeras novelas, como Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell (primera y única), El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy y Como agua para chocolate, de Laura Esquivel. Y ahora me toca sumar a la lista El Club de la Buena Estrella, de Amy Tan, que celebra su treinta aniversario.
Ocho mujeres protagonizan El Club de la Buena Estrella. Por un lado, están las madres: Suyuan Woo, An-mei Hsu, Lindo Jong y Ying-ying St. Clair. Nacidas en China a principios del siglo XX, las educaron para no pensar en sus propias necesidades, nunca pedir nada, tragarse la amargura propia y ajena y limitarse a escuchar. Y emigraron a Estados Unidos con la esperanza de dejar atrás sus tragedias y aspirar a un futuro mejor. Por otro lado, están las hijas: Jing-mei Woo, Rose Hsu Jordan, Waverly Jong y Lena St. Clair, nacidas en Estados Unidos a mediados del siglo XX. En el momento en que arranca la novela, ya son treintañeras y, algunas de ellas, madres.
Las cuatro madres conforman El Club de la Buena Estrella, una reunión periódica en la que juegan al mah jong, comen para atraer la buena suerte y cuentan historias para levantar el ánimo. Debido al fallecimiento de una de ellas, su hija ocupa su lugar en la mesa, y una revelación inesperada sobre el pasado de su madre le hará darse cuenta de que, realmente, nunca la ha llegado a conocer, o peor aún, nunca se ha preocupado de hacerlo.
Amy Tan alterna la infancia y madurez de madres e hijas para que comprendamos su dolor, sus frustraciones y sus esperanzas. Es imposible no vernos reflejados en esas relaciones maternofiliales: las madres se esfuerzan en que sus hijas no sigan su mismo camino, pero se decepcionan a ver que no las escuchan e, incluso, se avergüenzan de ellas; y las hijas se sienten incomprendidas y se rebelan para no ser como sus madres, pero, al mismo tiempo, les duele decepcionarlas.
Además del conflicto generacional, nos habla del choque cultural. Las madres mantienen sus supersticiones chinas, están convencidas de que la fe puede cambiar sus destinos. Mientras que las hijas tienen una mentalidad estadounidense, no se reconocen en las extravagancias de sus progenitoras, culpan a su raza y a su cultura de todos los avatares de su vida y lo único que hacen para superarlos es contárselos a sus terapeutas.
También disecciona las relaciones de pareja, pues algunas de las protagonistas estás a punto de casarse y otras, de divorciarse. Y, por supuesto, todo ello confluye en una panorámica de lo que suponía ser mujer en la China de Mao y en la América del siglo XX. En definitiva, El Club de la Buena Estrella nos muestra los malentendidos y el dolor que se acumula en las familias y en las parejas, las expectativas que los mueven y los fracasos que los desmoronan.
Dice Amy Tan, en el prólogo especial de esta edición que conmemora el treinta aniversario, que nada le hacía prever que El Club de la Buena Estrella sería un éxito. Era su primera obra; ella, una autora desconocida de origen chino, y su historia no encajaba con la cultura dominante estadounidense. No era consciente de que había escrito un relato universal, en el que se verían reflejados lectores de cualquier lugar y época. Está destinado a ser un clásico.
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