Sabes que lo que que estás viendo no es real. O no puede ser real. ¿Seres grises de otro mundo toqueteando tus entrañas? No, eso desde luego no puede ser real. Es inquietante, pero no real. Les ves a todos, rodeándote, mirándote curiosos mientras tú estás tumbado en una camilla, lo sé, yo también puedo verles. También sientes cómo introducen sus dedos largos entre medias de los pliegues de piel que forman la herida, un horrible tajo, que han sesgado por debajo de las costillas, también lo sé, noto que se me revuelven las tripas, pero no, esto no es real. No debería serlo. A veces pasas tanto tiempo dormitando y cavilando dentro de tus propias fantasías que uno ya no sabe cuándo eso que ves puede desvanecerse como si fuera humo que intentas atrapar con tus manos o cuándo ese algo puede hacerte daño de verdad. Hablo del que duele, del que te deja una cicatriz de por vida. Es producto del inmenso poder de tu subconsciente trabajando a toda máquina mientras deliras. Sí, eso debe ser y no otra cosa. Ya has despertado. Seres grises…qué ingenuo. Oh, pero espera, ¿y esa cicatriz en el costado?
Valga esta interpretación libre en formato de relato breve que he inventado acerca de lo que he leído en las páginas de El costado derecho para dar inicio al comentario sobre esta fabulosa novela de alta calidad literaria y no menos estupenda muestra de corruptibilidad de su personaje protagonista. ¿Seres grises extraterrestres? He aquí el argumento:
Carlos Nogueroll despierta en un hospital escuchando las voces de los médicos. Han cometido una grave equivocación: le han extraído por error un riñón para trasplantarlo a otro paciente. A partir de ahí, todo cuanto tenía, su trabajo, su familia, su vida, se ha venido abajo o ha cambiado hasta parecer irreconocible. Las consecuencias de aquel fatídico error van a costarle muy caro, van a cambiar su vida de forma vertiginosa, casi demencial. Nadie le dice la verdad. O puede que se la estén contando y él no quiera escucharla. Su sinsentido existencial solo se ve cubierto intentando localizar al culpable de su desgracia, llegando a escuchar todo tipo de conjeturas por extravagantes que parezcan: conspiraciones, extraterrestres, tráfico de órganos…
Francisco Bescós, ovetense aficionado a hacernos pasar un buen rato de lectura opresiva, fue ganador en 2014 del Concurso de Relatos Policíacos de la Semana Negra de Gijón y su primera novela, El baile de los penitentes, fue también galardonada con el primer Premio de Novela Negra Ciudad de Carmona. El costado derecho es su segunda novela y no estará de más si es seleccionada en los certámenes de este año.
Además, también es publicista, y eso, se nota por fuera. Las referencias a elementos comerciales y populares que he encontrado en la novela consiguen dar más verosimilitud a la historia además de permitirme escuchar, mientras leía, las sintonías de algunos anuncios a los que hace referencia. Ha creado un relato complejo, pero no por su dificultad de comprensión, lo cual resulta todo lo contrario, sino por la abrumadora actitud y la corrupción de la mente que sufre el protagonista a medida que avanza la historia y la negrura que despierta en el lector. Bescós dota a su personaje de una profunda sensación de angustia permitiéndome casi hasta sentir su olor corporal.
Una de las bazas fuertes del relato es sin duda el modo elegido para ser narrado. Esta es una de las alegrías que me está dando la editorial Salto de Página, encargada de publicar la novela y que junto a otras tantas ya leídas, he podido comprobar que está apostando por un tipo de literatura más arriesgada (juguetona, como me gusta llamarla) en la que los distintos discursos y voces se mezclan, dotando a su lectura de una fuerte personalidad.
Una novela a medio camino entre el noir y la ciencia ficción. A ratos tenía la sensación de ir descubriendo el pastel de la trama, por así decirlo. El autor iba dejando ciertas pistas en las que yo, como lector y también aficionado al cine, ya me había topado en otro tipo de historias similares. Caí en la trampa. Francisco Bescós supo jugar con mis referencias cinematográficas o literarias para engañarme y llevar la historia hacia otro posible final el cual aguardaba con ahínco.
Una novela que no sufre de altibajos. Cada capítulo, magistralmente narrado —en ocasiones, con abundante riqueza léxica, en la que según otros relatos breves leídos del mismo autor, parecen marca de la casa— te acerca más a la angustiosa psique del personaje protagonista al que agarras desde la primera página para no soltarle hasta el final.