El crimen del vendedor de tricotosas, de Javier Gómez Santander
Devanábase los sesos esta reseñista para lograr averiguar, rastreando su cerebro, a qué o a quién le recordaba el estilo y el contenido de El crimen del vendedor de tricotosas (porque todo humor se parece a algún otro). ¿José Mota? Frío, frigidísimo. ¿Martes y Trece? Quizá en su última etapa. ¿Los Morancos? Nos vamos calentando. ¿Pajares y Esteso? Hay algo de eso.
Hasta que al final, he caído. Tate: se parece a las películas aquellas de Parchís.
En serio se lo digo. Las películas de los principitos de los años 80, La guerra de los niños y demás. Aquéllas durante cuyo visionado, a pesar de tu edad (se supone que al verla era uno de muy tierna edad, de lo contrario era difícil resistir una sentada -a menos que se fuera padre o madre de la criatura, claro está), dudabas entre si morirte de vergüenza propia y ajena o reírte por contagio de las risas de los demás, o quizá un cruce entre esos dos caminos.
Película de Parchís hecha libro y traída al siglo XXI y, quizá, sí, pasada por el tamiz de un Santiago Segura haciendo Torrente 782, por decir algo.
Vamos a ello. Esta novela, de título muy engañoso -puesto que da a entender que se trata de una parodia de Agatha Christie, por ejemplo, cuando en realidad es un estiradísimo chiste cuyo color vira del negro al rojo gore y al marrón tonalidad caca; lo de las tricotosas poco tiene que ver con la trama, pero es cierto que añade un toque kitsch que funciona como anzuelo para atraer al lector; a mí, al menos, me atrajo: ¿qué será eso de un asesinato cometido por un vendedor de tricotosas?-, trata sobre un tipo corriente de Santander, con una vida la mar de corriente, que un día se ve envuelto en un embrollo que se va haciendo cada vez más grande, al matar -sin querer- a un neonazi e intentar hacerlo pasar por un caso de ataque zombi (paralelismo bastante manifiesto y manifestado con el aún reciente caso del ébola en España, perro y rueda de prensa de Sanidad incluidos). A partir de ahí, hagan juego, señores. Sí, la historia es tan absurda y descabellada como parece, y está narrada en primera persona por el santanderino protagonista de la cosa. Él mismo narra la persecución vengativa a la que es sometido por parte de los neonazis, y la involucración de su padre -éste sí, salido de una peli de Pajares y Esteso-, su mujer y sus amigos -momento en el cual se acentúa la similitud Crimen del vendedor de tricotosas-Peli de Parchís.
Javier Gómez Santander, que también es de Santander y es, además, periodista (y menciona de pasada en la novela a algunos de sus más conocidos compañeros de profesión y de medio), pasa de lo blanco a lo rojo y al color caca como quien no quiere la cosa, con sucedidos señaladamente macabros -y bastante gráficos- de por medio. Y, ya metidos en harina, digo, en caca, digamos que su lectura me ha recordado a una crítica que leí de cierta tontorrona película -de éxito, sin embargo-, que decía algo así: es una chorrada graciosa. En fin, que uno se pregunta qué leches hace un lector como él leyendo una novela como ésta, pero puede ser el tipo de libro que uno elige para enjabonarse el cerebro. Todos tenemos momentos así.