Leer a Saramago es tener la tranquilidad de caminar por tierra firme. Es saber que no existe el riesgo de la desilusión. Es la seguridad de abrir cualquiera de sus libros al azar y encontrarte con la lucidez, el pensamiento crítico y la ironía conformando una mezcla a la que la buena literatura no deja de agradecer. Apasionado como soy de su profundidad intelectual, leí todas sus novelas y tengo pensado releerlas. Sin embargo, antes de ponerme a navegar en aguas conocidas para encontrar nuevos tesoros, quiero culminar su bibliografía completa, incluyendo sus libros que van más allá de la novela. Es por eso que leí El cuaderno.
Este libro aglutina todos los textos que José Saramago escribió para un blog, desde septiembre de 2008 hasta marzo de 2009 y que fueron leídos por millones de personas a través de ese libro infinito llamado Internet. Conocido mundialmente por su profunda implicación en los acontecimientos cotidianos que le tocó vivir, el genio portugués no dudó en plasmar en la red diversos textos relativamente cortos a través de los cuales se encargó de difundir sus firmes y contundentes opiniones. Así, artículos sobre política, economía, religión y literatura, entre otros temas, se fueron acumulando virtualmente y fue tal la calidad del contenido, que saludable fue la idea de reunirlos en El cuaderno.
¿Estamos ante un libro que requiere conocimiento previo del autor? Está claro que habiéndolo leído uno sabe por dónde irán sus pensamientos (como en las calles inglesas, por la izquierda) y a quienes atacará sin piedad y con toda la razón (A la iglesia, a los bancos, a los políticos del establishment), pero entiendo que incluso aquellos que nunca lo disfrutaron se encontrarán con una persona que los hará pensar automáticamente, esa es la cualidad que posee el Nobel de Literatura.
Por las interesantísimas páginas de El cuaderno, podremos encontrar artículos de opinión política en los que Saramago se despacha a gusto con personajes de talla mundial como George Bush, Berlusconi o Aznar, a quienes en general les critica la falta de humanidad en el ejercicio de sus funciones, al ponerse siempre al servicio de los verdaderos dueños del mundo, que, como se encarga de advertir y denunciar el autor, no es el pueblo a través de la democracia, sino la banca internacional, ese mercado que cree solucionarlo todo y que lo único que produce es desigualdades sociales cada vez mayores. Es interesante cómo tras leer alguno de sus artículos acerca de la Democracia, a uno se le abre la mente al confirmar que su significado carece de verdad: la democracia ya no es el poder del pueblo. Es entonces cuando uno agradece de sobremanera la lucidez del autor de Ensayo sobre la ceguera, El año de la muerte de Ricardo Reis o Levantado del suelo, entre otras maravillosas obras.
Otro de los sectores a los que Saramago no duda en criticar duramente (y repito, con razón) es el de las religiones, a las que considera culpable de la desunión de los habitantes del mundo, ya que entiende que en lugar de juntar, separa, y, con toda su ironía (o tal vez no), propone a los cristianos y a los musulmanes la creación de un “tercer Dios” que deje a todos felices para que no se sigan matando por alguien, en el fondo, inexistente.
Pero no todo es tensión en este libro, ya que existen artículos en los que Saramago comparte con nosotros su característico humor, como en ese en el que pide a los políticos del mundo facilitar los trámites del divorcio ya que esto influiría directamente en el aumento de las bibliotecas hogareñas. A este divertida y relajada conclusión llegó aquel día en el que le tocó dedicar novelas en una librería y uno de sus lectores se le acercó con varios libros todavía sin abrir; al consultarlo sobre si era un lector nuevo, el pobre hombre le respondió que no, que era fanático suyo y que había leído todas sus novelas, pero que se acababa de divorciar y su mujer se había quedado con la biblioteca. Desopilante.
Lucidez, pensamiento crítico, ironía y buen humor desfilan por las páginas de El cuaderno, interesante conjunto de artículos, que tiene una segunda parte titulada El último cuaderno, que más pronto que tarde reseñaré también.