Con El desván, de Saki, me he llevado una doble sorpresa. Por un lado, conocer a una nueva editorial, Yacaré Libros, que encabeza su catálogo con una frase de Honoré de Balzac que es toda una declaración de intenciones: «Un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano». Y eso es lo que ofrece Yacaré Libros: belleza literaria, gracias a su cuidada selección de títulos, belleza visual, gracias a las ilustraciones que los acompañan, y belleza de diseño en la edición. En el envío del libro me adjuntaron varias postales de las ilustraciones de sus otras obras disponibles, y yo, que adoro el mundo del dibujo, quedé encantada por ese detalle inesperado.
La otra sorpresa que me he llevado con El desván, tan grata o más que la anterior, ha sido comprobar que un libro dirigido a lectores mayores de nueve años conserva la rica prosa con la que lo escribió su autor. Hace un tiempo, leí un artículo escrito por una mujer que criticaba que muchos de los libros infantiles que ella había tenido de pequeña ahora se los había comprado a sus hijos y había visto que en las nuevas ediciones habían simplificado el vocabulario, como si los niños de hoy en día no fueran capaces de entender lo que otros niños igual que ellos habían entendido veinte años atrás. Desde que me topé con ese artículo, he leído bastantes libros infantiles y es cierto que suelen tener un lenguaje especialmente sencillo. ¿Acaso tenemos miedo a que un niño tire el libro por la ventana porque no entienda una palabra o, peor aún, que se le ocurra abrir un diccionario? Allanándoles el camino los desarmamos, pues nos olvidamos de que cuantas más palabras conozcan, más facilidad tendrán para expresarse y, por tanto, para enfrentarse al mundo. Me indigna cuando se les trata como tontos y me encanta cuando se les trata como iguales, capaces de entender lo mismo que los adultos e incluso de disfrutar de los dobles sentidos que hay en historias como El desván, que precisamente incide en lo peligroso que es subestimar a los niños.
En este relato corto de Saki se cuenta cómo un niño, Nicholas, castigado por su estricta tía, se escabulle hasta el desván, ese rincón de la casa que los adultos ocultan a sus curiosos ojos infantiles. Las ilustraciones de Eduardo Ortiz encajan a la perfección con la permanente ironía del texto, en el que se pone en evidencia la hipocresía de los adultos, batiéndola en duelo con la inocencia de los niños, que siempre saben mucho más de lo que aparentan.
Como bien señala la contraportada, este libro es recomendable para lectores entre nueve y noventa y nueve años. No en vano, Saki es considerado uno de los grandes maestros del relato corto. El desván será del gusto de todos aquellos que son o fueron niños y que conocen lo bien que se siente uno al salirse con la suya cuando las imposiciones de los demás no tienen sentido y la gran aventura que es entrar por primera vez en esos lugares llenos de misterios inexplorados.
El desván ha sido una doble y agradable sorpresa, como decía, que sin duda me hará repetir con Yacaré Libros y con Saki, para seguir disfrutando de ediciones cuidadas hasta el mínimo detalle y de relatos atemporales.