En 1967 apareció por primera vez en un cómic el personaje Corto Maltés. Su creador, Hugo Pratt, nos lo presentó de un modo casi bíblico, con los brazos abiertos, atado a unos maderos y a la deriva en medio del Pacífico. Esto sucedía en la magistral obra La balada del mar salado. En toda la historia del marinero nunca se llegó a desvelar qué ocurrió antes ni cómo acabó atado a esos tablones. En las aventuras de Corto se han producido vacíos existenciales como este que sus lectores, a lo largo del tiempo, han intentado rellenar con especulaciones, imaginando hipótesis con rumor a fábula para seguir manteniendo viva la magia que despierta en ellos las aventuras de este personaje tan carismático. Sus nuevos autores, el dibujante Rubén Pellejero y el guionista Juan Díaz Canales, con el cariño que sienten por los tebeos han imaginado la aventura perfecta que explica el antes de La balada…, una maravilla de historia que rezuma el espíritu auténtico de los cómics de Pratt.
Es 1 de noviembre, el día de difuntos, de Halloween, de Samhain o también conocido como El día de Tarowean. Todo empieza aquí, con un Corto Maltés pensativo, observador y con su reconocible figura de perfil, siempre de perfil, paseando entre las lápidas de un cementerio. Como un muerto que regresara a la vida, narra una historia, la del santo patrón que protege a los marinos de morir ahogados. Una genialidad del guion que sutilmente se convierte en un pensamiento premonitorio, una situación que anticipa el comienzo del personaje en La balada del mar salado. En este cómic se mezclarán diversos hilos argumentales que conducirán la historia, es decir, no hay una sola trama, sino pinceladas de acontecimientos que, encadenados, forman finalmente el conjunto del tebeo. Por un lado, Corto deberá ir en busca de un joven que ha permanecido prisionero y aislado sin contacto humano por el temor de una oscura profecía que le envuelve desde su nacimiento y devolverlo a su lugar de origen, donde deberá convertirse en rey. El propio Díaz Canales admite haberse visto seducido para esta subtrama por La vida es sueño, donde la línea entre lo real y lo imaginado es sumamente fina. En su empresa le acompañará su inseparable némesis, Rasputín, pirata pendenciero y bribón que vendería a su familia por unos pocos doblones de oro.
Entre medias, viajarán de Tasmania a la isla de La Escondida gobernada por el temido y misterioso Monje, de cuyo origen sabremos un poco más en este libro. Habrá hueco para una antigua leyenda sobre una sirena, diosa de los mares y reina de los piratas, que ahora mora en la tierra de nativos que decapitaban a soldados occidentales. Y otro de los motores argumentales de la obra son los intereses por conquistar estas tierras de los grandes imperios británico, holandés y alemán, en especial los de este último. Sirve, además, para contextualizar históricamente los primeros intentos de extraer y explotar los recursos naturales de las islas con el fin de crear el cableado subacuático que permitiría las comunicaciones del telegrama.
La labor realizada por sus autores en El día de Tarowean, así como ya hicieron en sus dos entregas anteriores, Bajo el sol de medianoche y Equatoria es soberbia. En cuanto a guion gracias a Díaz Canales (Blacksad, Como viaja el agua, Los Patricios), cuyo manejo de las tramas y los diálogos es indiscutible. Es más, considero que puede dar más fuerza a la extraña relación entre Corto y Rasputín, de un amor-odio en el que no pueden vivir juntos, pero jamás se separarían. Las tramas tienen una acción trepidante y la construcción de los hechos se engarzan perfectamente con la atmósfera recreada en las ilustraciones. En cuanto al dibujo de Rubén Pellejero, y lo digo por experiencia propia ya que tengo un Corto dedicado en mi ejemplar, es impecable. La facilidad del trazo, los rasgos tan característicos de los personajes, de los espacios, el juego de luz y sombras de los atardeceres tan marcados en las preciosas planchas paisajísticas de la playa. Todo, absolutamente todo es soberbio. Hasta las gaviotas.
Y, aviso a navegantes, hay dos versiones, la de color y la de blanco y negro. En mi caso, me decanté por la de color, porque así lo conocí con los tebeos que tengo de Pratt. La experiencia del lector es completamente diversa según la elección que elijas. En el color, que es donde me centro, los matices de luces son importantísimos y la paleta de tintas que iluminan las viñetas o ensombrecen en los atardeceres crean unas atmósferas tan vívidas que pareces estar escuchando a las gaviotas en plena playa. Enorme labor de este equipazo artístico para un tebeo que hará las delicias de los lectores del Corto Maltés de toda la vida y de los nuevos que quieran adentrarse en sus entretenidas aventuras.