Hace ya casi un siglo, los agoreros de turno decían que con la llegada del cine sonoro se iban a echar a perder algunas de las cualidades estéticas del cine mudo. En efecto, era lógico pensar que aquella expresividad vodevilesca de ceños y muecas llevados al límite sería sustituida por la palabra, y que, del mismo modo, ese carácter teatral de la puesta en escena, con una cámara única situada en la cuarta pared pasaría a mejor vida.
Quizá entre los talibanes de nuestra época haya algunos que defiendan que la esencia de la novela gráfica debería ser el dibujo, y que por tanto, como en el cine original, la palabra sobra. Si es así, celebrarán la publicación de El día más largo del futuro, que, entre otras muchas cosas, es toda una lección sobre expresividad y sobre la construcción de diálogos sin palabras. Y para los que no sean talibanes sino simplemente apasionados amantes del género, la fiesta está servida.
La referencia al cine mudo no es una mera excusa para comenzar la reseña. Sin ir más lejos, el gesto inexpresivo del protagonista que nos mira a los ojos desde la portada podría remitirnos a Buster Keaton, a quien el autor, Lucas Varela, ha querido rendir homenaje. Aparte de eso, el escenario de la obra, que también podéis observar en la portada, tiene mucho del distópico mundo de Metrópolis, un mundo en el que el individuo no es más que una minúscula tuerca en un monstruoso engranaje.
A primera vista, dado que transcurre en un futuro no muy cercano, El día más largo del futuro se podría inscribir en el género de la ciencia ficción. Y ello a pesar de que la historia que nos cuenta, la de un mundo dividido en dos grandes corporaciones que controlan la vida de los ciudadanos, no podría ser más real y de más actualidad. Pues bien, a ese mundo rojo y azul, que son los colores de las dos megacorporaciones, llega un día un visitante de otro planeta. Aunque no tiene intenciones hostiles, es inmediatamente encerrado en una celda y se le quitan sus posesiones, entre las que destaca un maletín que pronto revelará su excepcional superpoder, que consiste en hacer realidad tanto nuestros mayores sueños como nuestras peores pesadillas.
A partir de ese momento se desarrolla una historia divertida y delirante con combates de rayos desintegradores, agentes secretos, robots que desarrollan sentimientos y viajes a otra dimensión. Y por muy disparatado que pueda sonar esto, lo cierto es que el relato nunca llega a desmadrarse y el autor no pierde en ningún momento el control de lo que quiere hacer: una crítica feroz a los regímenes totalitarios y a la sociedad de consumo.
Uno de los grandes referentes estilísticos de Lucas Varela es el noruego Jason, autor también de novelas gráficas “mudas”, pero podríamos citar muchos más. De hecho, en esta novela las referencias culturales abarcan todo un siglo, desde el ya mencionado Buster Keaton hasta los superhéroes de Marvel, pasando por el mundo feliz de Huxley o Los Simpson. En definitiva, cuántas cosas nos cuenta, sin una sola palabra, esta extraordinaria El día más largo del futuro.
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