Los relatos breves o cuentos nos permiten a los lectores saciar nuestras expectativas a través de una narración que, en poco desarrollo, nos impacta. Un golpe directo y certero, a bocajarro, sin piedad. Así deben llegar los relatos breves, que no haya necesidad ni espacio para estirar el argumento una línea más. Puede darse que los cuentos no tengan un final, o mejor dicho, sí que lo hay, ya que todo aquello que ha terminado es que ha llegado a su final, pero que nos deja la sensación de haber concluido abruptamente, como si se hubiera perdido una página en la plegadora de la encuadernación. En otros, como son los que aquí nos ocupan, su autora se ha encargado de darles una estructura, digamos, circular, un final más visible, pero no por ello exento de interpretaciones y lecturas varias.
Con un sugerente título, El Diablo sabe mi nombre, este libro recopila catorce cuentos de la escritora salvadoreña Jacinta Escudos. Con sabor a leyenda y folclore, los cuentos de esta autora juegan con dos elementos comunes: la necesidad de transformación en otro distinto, ya sea humano o animal, y el carácter onírico de sus narraciones. Al final de cada cuento, se nos queda la sensación de haber traspasado una frontera imposible, de haber cruzado un límite casi prohibido, pero que Jacinta hace completamente natural. En un mismo cuento puede ponerse en confrontación la belleza con el dolor, la mutación monstruosa con el sentimiento de cariño, la vida y la muerte. A destacar, algunos cuentos que me han gustado especialmente: “Yo, cocodrilo”, una leyenda sobre el poder de decidir libre y rebelarse dentro de una comunidad de férreas ideas ancestrales, simbolizada en la mutación en ese animal. “Película japonesa de los años 60” por la espectacularidad secuencial que se formaba en mi cabeza gracias al poder narrativo de Jacinta Escudos. Aquí, se ofrece un capricho de Kafka, si se puede llamar así. De nuevo, dos elementos imposibles en diálogo, la transformación monstruosa y el sentimiento de afecto y cariño. Y “Muerto al lado de mí mismo”, donde la belleza y el deseo de vivir del protagonista se enfrenta a la muerte, que se va pudriendo en la arena de la playa. Un mirarnos a nosotros mismos, vivo y muerto, para hacernos reflexionar.
Hay mucho decadentismo en los cuentos de Jacinta, quizás falta de confianza en la especie humana a la que constantemente castiga o transforma y enfrenta a la fuerza de la naturaleza para ofrecer una realidad distinta, quizás una llamada al cambio. Uno de los cuentos, pensado para el argumento de un corto cinematográfico, “Les loups”, nos pone frente a una escena de terror donde lo primero que haremos será ver una, por desgracia, realidad muy presente, la agresión de un hombre a una aparente mujer normal que cuida de las plantas de su invernadero. La transformación llegará acto seguido, a bocajarro como decía al inicio de la reseña, cuando se nos muestre la verdad que se esconde tras lo aparente. Algo similar ocurre ante la belleza medusea. El cuento y la interpretación libre dedicado al personaje mitológico nos pone frente a frente con la belleza de la mujer que vive en su interior y el dolor agónico al que le somete la Gorgona que la posee.
En conclusión, El Diablo sabe mi nombre otorga catorce cuentos que surgieron de los sueños de su autora y que nos hace llegar para mirar en su interior transgresor y fantástico, y para pensarnos como especie frente a la naturaleza de la que somos también parte. Una nueva alegría que he descubierto gracias a la editorial consonni, que apuesta por lecturas reflexivas sobre nuestro presente y de quien ya he gozado anteriormente con la novela de Marge Piercy y pronto haré lo propio con los relatos de Octavia Butler, a quien estoy deseando leer. Conseguiré así una triada de libros que brillan por la calidad narrativa de sus autoras, grandes escritoras cuyo imaginario nos transforma para observar una ficción, quizás un sueño, pero a un tiempo con una necesaria toma de contacto con la realidad presente.