La luz rojiza del atardecer iluminó la sonrisa que se había dibujado en mi rostro tras dejar atrás la penumbra de la vasta sala de cine en la que había disfrutado de la película Rogue One: Una historia de Star Wars. La sonrisa había sido consecuencia de ese final de la que, por el momento, era la última entrega de la saga galáctica más célebre. Un final que no solo enlazaba a la perfección con Star Wars: Episodio IV – Una nueva esperanza, sino que además tocaba la fibra sensible de nostálgicos, recuperando, como si no hubieran pasado los años para ella, a aquella princesa menuda, pero estoica, que luchaba con la fuerza de un titán. Sí, la princesa Leia Organa.
Minutos después, y ya en casa, una noticia que corría como un reguero de pólvora por internet dinamitó mi sonrisa hasta convertirla en un puñado de escombros. Carrie Fisher acababa de morir. ¡Qué cruel es en ocasiones el destino! Fue en ese preciso momento cuando dos pensamientos fugaces cruzaron por mi mente para convertirse en dos dolorosas revelaciones. La primera: Cuando esos famosos a los que has admirado desde niño empiezan a morir (de una muerte más o menos natural) es que ya no eres tan niño. Y la segunda: De la princesa Leia lo sabía todo. En cambio de Carrie Fisher, ¿qué sabía? Solo lo poco que me había molestado en buscar en internet, que, no os voy a engañar, tampoco fue mucho. Supe que podría ponerle remedio al asunto al conocer la noticia de que Nova publicaría El diario de la princesa. Por fin iba conocer los secretos de Carrie Fisher, los derroteros que había tomado su vida tras rodar Star Wars, sus pensamientos más íntimos… ¡y todo contado por ella misma! Las páginas de El diario de la princesa serían como un susurro desde el más allá, y eso, en cierto modo era tan triste como emocionante.
El diario de la princesa se convirtió en un proyecto que llevar a cabo en el preciso momento en el que Carrie Fisher encontró los diarios que escribió cuando era solo una muchachita de diecinueve años. Esas reflexiones timoratas e ingenuas, los poemas ñoños no aptos para diabéticos y esos eslóganes de reflexión vacua, que bien podrían haber estado escritos en la carpeta de una adolescente, sorprendieron a una Carrie Fisher ya adulta. Desde la perspectiva que dan los años decidió que tal vez había llegado la hora de dar ciertos matices a aquellos pensamientos donde los únicos colores que parecían imperar eran el funesto negro y el cándido rosa.
Lo primero que llamó mi atención a las pocas páginas de empezar a leer (a parte de la facilidad que tenía la autora para encontrar las palabras adecuadas) fue su sentido del humor. Nunca hubiera imaginado que Carrie Fisher gozara de un humor tan incisivo. Con la ironía, el sarcasmo y en ocasiones el gamberrismo más refrigerante como estandarte principal de su narración, no duda en ningún momento en hallar esos trazos de comicidad que le rodearon durante el rodaje de la primera película de Star Wars y que siendo más joven fue incapaz de vislumbrar. Humor que tiene que ver con los fans, con sus compañeros de rodaje o con ella misma y con lo que significaba convertirse en una súper estrella de la noche a la mañana. “No creo que nadie pueda pensar en Leia sin que yo merodee también por sus pensamientos. Y no estoy hablando de masturbación.” Humor que incluso llegaría a ser profético. “Resulta difícil imaginar una necrológica televisiva que no use una foto de esa niñita de cara redonda con sendos absurdos rodetes a los lados de su escasamente experimentada cabeza.”
Ese humor rápidamente se diluye y Carrie Fisher desgarra sus vestiduras y descubre su alma a los lectores. Sin inhibiciones, y solo guardándose para ella las escenas más morbosas, nos hace partícipes de unas reflexiones imprescindibles para entender cómo funciona la insaciable maquinaria de Hollywood. Dinero y reconocimiento a una edad muy temprana. ¿Qué podía salir mal? Mientras leía, mientras Carrie hablaba sobre los peajes que tendría que pagar por rodar por la autopista de la fama, un viejo proverbio chino me vino a la mente: Ten cuidado con lo que deseas. Una vez más la sonrisa se diluía en la amargura de la nostalgia.
Una extensa parte de El diario de la princesa está dedicado a Harrison Ford. El Harrison Ford que interpretó al inolvidable Han Solo y del que la jovencísima Carrie Fisher se enamoraría hasta las trancas. Un amor prohibido. Un amor imposible descrito en los cuadernos manuscritos que acompañan al libro y que en ocasiones dan cierta vergüenza ajena y en otras resultan conmovedores. La Carrie Fisher adulta arroja luz sobre la verdad en su relación con Harrison Ford; cómo era él, cómo la trato y qué es lo que todavía sentía por él son algunas de la incógnitas que encontrarán su respuesta.
¿Y qué hay de Star Wars? Sí, es evidente que también habla de la película. Pero más que del producto final Carrie Fisher se hace eco de los entresijos de aquel set de rodaje, de las curiosidades, las anécdotas y las fiestas (con ese secuestro, del que ella fue víctima, perpetrado por varios miembros del equipo que a mí, sinceramente, y a pesar de que lo describe como una broma, me resultó algo espeluznante).
El diario de la princesa es un libro escrito a cuatro manos: las de la jovencísima, ingenua y enamoradiza Carrie Fisher y las de la adulta, sagaz pero también enamoradiza Carrie Fisher. Unas memorias divertidas, apasionadas y de evidente carga nostálgica que revelan no solo lo bien que se desenvolvía Carrie Fisher a la hora de escribir, sino también lo aguda y certera que llegó a ser en sus críticas hacía la industria del cine.