¿Cuánto pesan las maletas del pasado? Esta quizá sea una de las preguntas principales que asalte la cabeza de todo aquel que se adentre en la lectura de El dolor de los demás, el último libro – no me atrevo a decir novela – de Miguel Ángel Hernández, publicado por Anagrama. Y quizá sea esa una de las preguntas porque en este libro el murciano recurre a un recuerdo de juventud forzosamente olvidado que se encuentra enquistado en lo más profundo de su ser. Recurre a él para abrirlo, examinarlo cara a cara, afrontarlo, y con ello, superarlo, cerrarlo. ¿No es eso de lo que trata escribir? ¿No es eso de lo que trata leer?
Creo que ya he contado alguna vez esto que vi hace un tiempo por televisión pero me es inevitable relacionarlo también con este libro; y es sobre la entrevista que vi hace un tiempo hacer a Antonio Muñoz Molina por parte de un famoso entrevistador “libresco”. Este último le preguntaba al escritor sobre su última “novela” – lo entrecomillo porque en ese caso tampoco creo que sea la mejor etiqueta con la que designar la obra -. En cierto momento, el presentador – también director del programa – le comenta a Muñoz Molina que el personaje de la “novela”, aparte de llevar el mismo nombre que el autor, se parece mucho, en todo lo demás, a él; a lo que Muñoz Molina contesa: «No es que se parezca, es que soy yo». Y se ríen. Creo que eso sucedería de la misma forma si hay un intercambio espacio/tiempo entre Antonio Muñoz Molina y Miguel Ángel Hernández.
Pero bueno, adentrémonos en la ficción: el personaje Miguel Ángel Hernández, también escritor murciano y profesor de Historia del Arte, se da cuenta cierto día de que otro autor, Sergio del Molino, acaba de publicar una novela que trata sobre el tema que él justamente estaba escribiendo y pensando para su próximo libro. De una conversación entre estos dos autores, y amigos, uno de los cuales – el que nos concierne – en ese momento se encuentra perdido dentro de su labor como escritor de ficción, nace un nuevo tema partiendo de una frase del propio autor: «Hace veinte años, una Nochebuena, mi mejor amigo mató a su hermana y se tiró por un barranco». Así arranca El dolor de los demás.
Miguel Ángel Hernández, que hasta ese momento lo único que había hecho dentro del mundo de la novela era convertir en ficción su ámbito de estudio y laboral – la Historia del Arte -, ve la posibilidad de un nuevo libro en el desarrollo de la investigación de un asesinato y posterior suicidio. El asesino: su mejor amigo de la infancia y posterior adolescencia. La víctima: la hermana de este. Como si fuera una nube que siempre ha acompañado a Hernández, el tema tabú entre todos los vecinos del pueblo murciano de Los Ramos vuelve a abrirse para acabar conformando un libro, el que ahora nosotros podemos ver en las mesas de novedades de todas las librerías de España.
El dolor de los demás, con una estructura bipartita en la que se siguen dos hilos narrativos – el del momento exacto del asesinato y el suicidio visto por un Miguel Ángel de dieciocho años y la investigación llevaba a cabo por el mismo Miguel Ángel veinte años más tarde -, emana todos los tópicos más característicos de la escritura: la escritura como ordenación, comprensión, confesión, cierre, etc. Pero también mucho más: como preguntas del tipo de si es posible seguir queriendo a un asesino que anteriormente ha sido tu amigo, de si es posible ver las cosas desde la otredad, desde el dolor de los demás, de si es posible reencontrarse con el pasado y salir entero de él, de si existe alguna manera de cerrar una herida abierta en colectividad.
El pueblo de Los Ramos como un pasado estanco y sin posibilidad de evolución, como sucede con Nicolás, el asesino y amigo de Miguel Ángel, quien no es capaz de hacer madurar al que fue – y es – su fallecido amigo. Con una valentía sin límites – «Yo iba a ser el responsable de introducir en el gran escaparate digital en el que vivimos un suceso que tal vez debiera permanecer oculto para siempre» -, Miguel Ángel Hernández consigue volcarse en un libro que quizás la única frontera que tiene, el único amarre, es la etiqueta de ficción.
El dolor de los demás es la ouija con la que Miguel Ángel Hernández ha querido volver al pasado haciéndonos partícipes de ello. «Escribir no era exorcizar demonios; era convocarlos», puede leerse en alguna parte del libro. Encontrarse con ellos, llegar a una pasado que puede ser nuestro, cerrar definitivamente capítulos que quizá nunca deberían haberse abierto, y es que, terminando, como dice este narrador que tanto se parece al autor: «Es cierto que la investigación acerca del crimen de mi amigo había sido el detonante de todo, pero el auténtico crimen sobre el que yo escribía – el único, en verdad, que podía afrontar – era el que yo había cometido con mi pasado, con ese yo que había quedado sepultado en el tiempo».
Cuando leas ese «los demás» en el título piensa que también está hablando de ti. ¿Cómo puede ser que el asesinato de alguien hace veinte años en un pueblo perdido de Murcia esté hablando de ti? La clave está en que el dolor de los demás, sin negrita ni cursiva, es un dolor colectivo, global, universal. Y por eso deberías leerlo. Y por eso vas a leerlo.
Así sea, vamos a leerlo
Seguro que lo disfrutas mucho. Gracias por tu comentario.