El domador de leones, de Camilla Läckberg
Me resulta difícil expresar lo que me ha inspirado la lectura de El domador de leones sin destripar su argumento y algunas de sus claves más importantes. Lo que sí puede decirse sin temor a estropear la experiencia a nadie es que estamos ante la novela más insólita y más original de Camilla Läckberg. Me refiero a originalidad relativa, claro, porque resulta bastante diferente a todas las anteriores de la colección de Los crímenes de Fjällbacka. Los personajes -la pareja formada por la escritora y detective aficionada Erica y el policía Patrik; sus hijos; Anna, la hermana de Erica, y su pareja, Dan; los colegas de Patrik, cada uno con sus familias, que la autora ha ido convirtiendo en personajes igualmente recurrentes y con sus propias historias que contar- son los mismos de siempre, y misma es la localización, el pequeño y peligrosísimo pueblo costero de Fjällbacka.
La trama misma -la investigación de un crimen que hunde sus raíces en las relaciones entre varios personajes y en los secretos del pasado- y la técnica utilizada para desarrollarla -los flashbacks y las historias paralelas que acaban convergiendo o revelando su conexión, para mayor o menor sorpresa del lector- son las de siempre. Pero algo ha cambiado. Y es que El domador de leones no es ya una amable historia de crímenes domésticos mezclados con escenas costumbristas y cómicas, sino un thriller en toda regla, más emparentado con cierto tipo de novela negra americana o con una historia protagonizada por Kurt Wallander (personaje, por cierto, homenajeado simpáticamente en esta novela) que con las ocho entregas anteriores de la saga. Y eso, tratándose de una autora tan extremadamente fiel a su propio estilo y a sus ambientaciones, es mucho decir. Se trata de un cambio grande que los lectores habituales de Läckberg advertirán enseguida. La incógnita reside en cómo se lo tomarán y si les gustará o no.
El domador de leones es una historia oscura, siniestra, con la cual Camilla Läckberg se adentra como nunca lo ha hecho antes en las profundidades del mal personal e intransferible, íntimo y consustancial a la persona que lo alberga, y se convierte en la persona misma, impregnando su forma de ser, su vida y todos sus actos. Por primera vez en las novelas ambientadas en Fjällbacka, nos hallamos ante un depredador en serie, que ya ha secuestrado a varias adolescentes y ha provocado la muerte de una de ellas después de causarle horribles heridas. Todo ello refleja una truculencia en la que Läckberg abunda de forma muy premeditada e intencionada. Se diría que la autora, consciente del declive argumental en el que había caído últimamente su serie, ha decidido poner toda la carne en el asador dando un nuevo giro a sus historias. Ni siquiera el optimismo y el ánimo habituales de Erica y Patrik parece servir de antídoto a la atmósfera maligna que se respira en la historia de El domador de leones, en el que -una vez más- el punto fuerte no es quizá la identidad del culpable, y sin embargo la autora es capaz de sorprendernos como nunca.
Decía al principio que me resultaba difícil explicar y justificar lo que he sentido al leer El domador de leones. El mal que se encarna y campa aquí por sus anchas es atroz y puede suscitar una fuerte emoción de rechazo. La mayor cualidad de El domador de leones es precisamente la habilidad de la autora para describir ese mal de un modo creíble. Pese a todo, El domador de leones no es la mejor novela de esta autora, pues el desenlace no está a la altura del resto de la narración ni de los personajes que se nos han mostrado. El compromiso que habitualmente muestra Läckberg hacia los problemas más graves de las sociedades acomodadas cede algo de terreno en favor de la intensidad y la capacidad de sorprender de la historia que se nos narra. Tampoco acierta Läckberg en la caracterización de algunos personajes -el personaje de Lasse, ex-alcohólico y cristiano renacido, es bastante caricaturesco y su caracterización como devoto religioso suena a colección de tópicos-, si bien éste es un problema muy menor.
Estoy segura de que gustará a muchos lectores -incluso a los no seguidores de esta autora-, pero, personalmente, echo de menos la palpable inocencia relativa y el estilo más acogedor y doméstico de las novelas anteriores. Aun así, es quizá la novela en la que Camilla Läckberg se reinventa a sí misma, y nos deja con la curiosidad de si seguirá con este nuevo estilo en su décima entrega de Los crímenes de Fjällbacka, porque seguro que la habrá.