Es muy posible que, cuando un libro te resulta incómodo – no digo esto como algo negativo – sea porque hace que algo en tu interior resuene con lo que ya has vivido. Uno no sabe, a veces, muy bien cómo explicarlo pero es como si al leer se atragantaran las palabras y tuviera que dejar la lectura por momentos, esperando el momento oportuno para continuar con lo que el autor, sea quien sea, nos ofrece. Más adelante, en el siguiente párrafo, hablaré de por qué El eco de los disparos ha suscitado más de un sentimiento de incomodidad en su lectura, pero baste decir, en un principio, que puede que algunas heridas todavía no estén cicatrizadas y que, como bien explica Edurne Portela, mucho de todo esto proviene del silencio – obligado o no, cada uno debe elegir lo que le convenga – que en una época muchos tuvimos que ver cómo se convertía en evidencia, en una especie de pasividad que constreñía no sólo la garganta sino el pecho, en un intento vano por gritar sin poder hacerlo del todo. Y es que la violencia, porque de eso trata este libro, puede atravesar aquellas paredes que, de hormigón, parecen infranqueables. Quizás no en ese momento, puede que eso se instaure en uno, se convierta en un hecho, mucho más adelante. Esta es una reseña de un libro, eso es cierto. Diría más, de un libro que se convierte en necesario para toda una generación. Pero también es una reseña de un historia personal que nunca se atrevió a ponerse en palabras.
(…) un contexto como el de Euskadi en los años setenta, ochenta o noventa del siglo XX, en el que la mayoría de los jóvenes sentían más repugnancia hacia y tenían más miedo de la policía nacional o la guardia civil que de los terroristas de ETA. Sé, por todos los años que he pasado en el País Vasco, que esto para una persona que no sea de allí sonará extraño. Incluso alguno pensará que es una falta de respeto. Pero no por ello es menos cierto. Ahí, en ese extracto de El eco de los disparos es donde se encuentra parte del quid de la cuestión que yo, vasco de nacimiento, necesitaba leer en un libro – se entiende en un libro serio, documentado, con base psicológica y no en un panfleto sensacionalista ya sea por las dos partes de un mismo conflicto -. Pero de lo que nos habla Edurne Portela no es sólo de una época – que también – sino de cómo la violencia se enraizaba tanto en la sociedad que aquellos que la intuíamos – es curioso cómo yo, que paseaba por las calles de Bilbao todos los días no fui consciente nunca de lo que sucedía – terminábamos por no verla o por tomarla como algo tan neutral como cualquier catástrofe que pudiera suceder. Quiero que se entiendan mis palabras: no justifico la violencia. Creo, además, que para entender lo que yo quiero decir es necesario leer las palabras de la autora que tan bien expresadas están en este libro, tan necesarias, tan llenas de un valor humano y profesional que, como ya dije en la introducción, creo de obligada lectura para aquellos que quieran entender muchas de las cuestiones que en el llamado “conflicto vasco” se impusieron – y aun siguen coleando -.
Soy aficionado al lenguaje. A su uso, a la contaminación que en él se da, a cómo la sociedad lo pervierte y lo utiliza en su propio beneficio. Al final creo que, muchos de los problemas que con de la violencia se han suscitado, han venido radicados precisamente por ese sensacionalismo que con el lenguaje se produjo en aquellos años, con el lenguaje – sea cual sea su formato de expresión – que sigue convirtiéndose en arma arrojadiza y no en pretensión de entendimiento. Es quizás, como lector primero y como vasco después, por lo que hay que agradecer que Edurne Portela haya tenido la valentía de poner en palabras muchas de las cosas que nadie se ha atrevido a poner o que han pasado desapercibidas para muchos. La realidad juega, a veces, malas pasadas y aquello que creíamos cierto, que no entendíamos, a través de la lectura se convierte en el mejor vehículo para entendernos. La violencia es como ese eco de los disparos del título: no nos abandona durante un tiempo y, si nuestra memoria no lo permite, seguirá apareciendo durante generaciones. Las mismas que, después de muchos años, se han quedado estancadas en muchos de los procesos que, como en el extracto que he extraído del libro, no han permitido avanzar en el entendimiento.