Arthur Conan Doyle afirmó que si dentro de cien años solo se le recordaba por ser el creador de Sherlock Holmes, su vida había sido un fracaso. Esa frase me vino a la memoria cuando leí esta otra de Gabriel García Márquez, igual de sorprendente: «No quiero que se me recuerde por Cien años de soledad, ni por el premio Nobel, sino por el periódico».
Ya veis, estos grandes escritores rehusaron —o, al menos, dejaron en un segundo plano— lo que el resto de mortales con aspiraciones literarias consideramos los mayores logros: inventar un personaje inolvidable, escribir un libro que se convierta en clásico, recibir el galardón más prestigioso de la literatura. No recuerdo si Conan Doyle concretó por qué quería ser recordado, pero García Márquez sí lo hizo en esa misma frase. Y es precisamente de esa faceta menos popular, la de periodista, de la que voy a hablar hoy, pues es la que se muestra en El escándalo del siglo, el recopilatorio de artículos de García Márquez que acaba de publicar Literatura Random House.
El escándalo del siglo contiene cincuenta de los textos que Gabriel García Márquez fue publicando en los distintos medios en los que colaboró entre los años cincuenta y ochenta (El Heraldo, en Barranquilla; El Espectador y Alternativa, en Bogotá; Momento, en Caracas; Revista de Casa de las Américas, en La Habana; El País, en Madrid…). En los primeros artículos vemos a un joven bohemio, con un estilo desenfadado y humorístico, y a medida que pasan los años, notamos su evolución: analítico y comprometido en su etapa de corresponsal itinerante por Europa occidental y oriental y, ya en sus últimas colaboraciones, más reflexivo, sobre todo en todo lo relacionado con la literatura y sus propias vivencias. Lo que más llama la atención en las crónicas, artículos y columnas que se recogen en El escándalo del siglo es que el estilo de García Márquez siempre fue literario, hasta el punto que no sabemos cuándo estaba relatando historias reales o si eran pura invención, ya que solía recrearse en excesos y poesía, igual que hacía en sus novelas.
Los admiradores de la narrativa de García Márquez, entre los que me incluyo, disfrutamos al reconocer en algunos de esos sucesos reales el germen de libros y cuentos que escribiría después, como el de la mordedura de un perro rabioso o el de la mujer que necesitaba llamar por teléfono y acabó recluida en un psiquiátrico. Pero El escándalo del siglo también nos descubre anécdotas literarias: el capítulo de La hojarasca que tiró a la basura y acabó convertido en uno de sus cuentos más elogiados o qué fue lo primero que describió en los apuntes iniciales de Cien años de soledad. Y por si esto no fuera lo suficiente atractivo para cualquier incondicional de García Márquez, El escándalo del siglo también recoge textos la mar de curiosos, como en el que opinaba sobre el Premio Nobel justo dos años antes de recibirlo o qué pensaba de las explicaciones que se daban en las clases de Lengua y Literatura acerca del simbolismo de sus obras.
Al leer El escándalo del siglo, me he dado cuenta de que es imposible entender al García Márquez escritor sin tener en cuenta al García Márquez periodista, y a la inversa. Y es entonces cuando he entendido la frase que comentaba al principio. García Márquez amaba tanto contar historias, que lo mismo le daba hacerlo en una columna de un periódico humilde que en los centenares de páginas de una novela superventas. Y eso se nota en cada uno de los textos que componen esta antología. Por eso ha sido una gozada leerlos. Da igual de qué hablara, si ocurrió de verdad o no; todo resultaba fascinante si lo relataba García Márquez.