Reseña del libro “El estornino de Mozart”, de Lyanda Lynn Haupt
No sé si habrá un pájaro más estridente y temido por los anilladores científicos que el estornino. Durante mis prácticas hacia finales de verano, principios de otoño, los responsables dejaban lo que estuviesen haciendo en cuanto avistaban la bandada, y tras estudiar su trayectoria en lo que a mí me parecía una conducta exagerada, se llevaban las manos a la cabeza y gritaban: «¡cerrad las redes, vienen los estorninos!». Nunca cuestioné una orden, pero reconozco que mientras obedecía me parecía absurdo evitar que cayesen en la red cuando lo que se pretendía era estudiar las aves del entorno, anillándolas con brío y liberándolas después. Aquella rebeldía mental duró poco tiempo. Cuando, al fin, un día no pudimos recoger las redes a tiempo. El estornino de Mozart, publicado por Capitán Swing, en un principio me preció un título metafórico. Quizás Mozart tenía un «lado oscuro» en su música. Una época poco creativa o partituras de dudosa calidad que se hubiesen escondido… o censurado. Pero la escritora Lyanda Lynn Haupt es también ornitóloga y en la portada aparece claramente un estornino, ¿podría tener un significado más literal? Pues sí, Mozart convivió tres años de su corta vida con uno que adquirió… ¡que compró! de forma voluntaria. Sin que nadie lo amenazase ni nada.
Uno de los compositores más aclamados de la historia conviviendo con el ave más odiada en la actualidad en los Estados Unidos, por prolífica e invasora. Criticada incluso por Shakespeare en Europa. No podía esperar a averiguar el motivo. Y para mi deleite la autora tampoco. En su obsesión por recrear la relación interespecie del maestro con su mascota —Star—, traspasa los límites de la curiosidad y decide convivir también con un estornino —Carmen—. Este revelador experimento saca a la luz intimidades que solo pueden conocer los que adoptan animales salvajes, aportando ese enfoque etológico del que carecen los estudios en ecología. Lyanda nos cuenta el resultado en un ensayo, didáctico en muchos niveles, que entra como la cerveza fría en verano. Haciendo revolotear la mente y sacando una chispa picaresca.
La verdad, me resulta difícil clasificar El estornino de Mozart. De primeras me llamó la parte de la ciencia, la naturaleza de la especie y sus particularidades, pero tiene mucho de historia y de biografía en torno a la vida del joven Wolfgang Amadeus Mozart y cómo el estornino influyó en ella; así que, por supuesto, la música está muy presente. La autora es buena conocedora de las composiciones del maestro y ella y su hija tocan distintos instrumentos. Tal vez sea ese enfoque ingenioso, esa mezcolanza, la que le ha hecho ganar el Washington State Book Award. Pero lo que de verdad se lleva mi corazón es la parte íntima del día a día. La conexión que se establece entre la autora y el personaje histórico a través de Carmen y Star. Es una sensación profunda de pertenencia a un Todo que ni el tiempo es capaz de dividir. Algo que no se consigue mirando a través de unos prismáticos. Este libro tiene alma.
La opinión negativa sobre los estorninos se debe, como en muchas otras cosas, al exceso. Cuando anillando con el grupo parte de la bandada quedó atrapada en la red, comprendí que los comentarios de mis compañeros no eran infundados. Pasamos de analizar aves aisladas en una mañana tranquila a tener en un segundo decenas de ellas que retorcían sus patas enredándose cada vez más, chillando —no podría definirlo de otra manera— en un intento por reventarnos los tímpanos, estresándose ellas, a las otras aves y a nosotros mismos. El tiempo parecía dilatarse y el pulso me iba a mil por hora mientras trataba de reunir la paciencia para deshacer los nudos con la delicadeza que me proporcionaban las yemas de los dedos. Las aves pueden morir en ese estrés y su naturaleza ensordecedora no ayudaba en absoluto. ¡Por qué no llegamos a tiempo! ¡Por qué carajo querría un músico tener un estornino!
El estornino de Mozart prueba que, al menos de forma individual, son aves fascinantes capaces de imitar melodías e incluso la voz humana; también una fuente de inspiración que sin saberlo lleva colándose en nuestras casas desde hace siglos y que guarda analogías con la personalidad que se le atribuye al propio Mozart. Como amante de los animales, no me sorprende que tuviese en tanta estima a Star como para organizarle un funeral, lo que me deja fascinada es que una naturalista respetable de Iowa se cruce medio mundo hasta Viena para ver dónde vivió y fue enterrado —sí, sí, Mozart y tal— ¡el estornino! Si eso no es dedicación, si eso no es investigar la fuente a conciencia y ofrecérnosla en bandeja, yo no sé lo que es. Adoro a quien llega hasta el final en una duda existencial tan específica. En este punto el libro se convierte en una guía de viaje con un filtro que podría parecer una locura, ¡ah!, ¡pero y lo que se gana y se aprende en el proceso! No hay una guía igual.
He estado reservándome para el final la aparición estelar de Carmen, más estrella que Star: el estornino adoptado por la autora para «vivir la experiencia» y que se convierte el eje del ensayo y de mis carcajadas. Los que convivís con animales, seguro que tenéis muchas anécdotas que contar, así que sabéis por dónde voy. El caso de Carmen no es para menos. En cierto modo fue coautora y supervisora del libro de milagro, pese a sus intentos por conocer a San Pedro. Su vida no deja de aportar detalles frescos, de primera mano, que contrastan con el estigma de estas aves. Se hace querer y extiende este sentimiento a la naturaleza, con reflexiones muy emotivas con las que es difícil no empatizar. Terminas de leer convencida de que mereció la pena.
Recomendaría El estornino de Mozart a quien tenga un mínimo de interés por la naturaleza, los animales, la historia o la música. Con los cuatro sería pleno y todavía quedaría la parte filosófica y la anecdótica. Para tomar como un buen vino, lleno de matices y ligero en su lectura. Ideal para relajarse en verano.