Reseña del libro “El evangelio del Nuevo Mundo”, de Maryse Condé
Hace ya un par de años, leí La Deseada, de Maryse Condé, y lo único que recordaba es que no había llegado a engancharme. Sin embargo, cuando Impedimenta anunció que iba a publicar El evangelio del Nuevo Mundo, la frase promocional picó mi curiosidad: «… a través de un realismo mágico con ecos de García Márquez o Saramago, la autora se ríe y llora por una humanidad atrapada bajo el yugo de sus contradicciones». La mención de dos de mis autores favoritos me animó a darle otra oportunidad.
Que en la dedicatoria dijera explícitamente «y en homenaje a José Saramago», me llenó de expectativas. La referencia a El evangelio según Jesucristo, una de las obras que más he disfrutado del nobel portugués, era directa. Mientras él reescribió el Nuevo Testamento convirtiendo a Jesús en un simple mortal, Maryse Condé se toma muchísimas más licencias y traslada los hechos bíblicos al presente, con un marcado tono satírico y desenfadado, lejos, muy lejos, de la sobriedad de Saramago.
En este caso, el que todos creen hijo de Dios —aunque entre ellos no se aclaran de qué dios exactamente— se llama Pascal y es mestizo. La madre, al haberse quedado embarazada sin querer y no conseguir contactar con el padre, abandona al bebé nada más nacer, entre bidones y sacos de estiércol. Por fortuna, lo encuentra un matrimonio muy creyente, que lleva años rezando para tener un hijo, y deciden adoptarlo. Por la fecha —Domingo de Ramos— y las circunstancias en las que lo han hallado, no dudan en atribuirle el halo divino, aunque en los años venideros el muchacho no destaque en absolutamente nada.
A lo largo de las páginas de El evangelio del Nuevo Mundo, conocemos la obra y milagros de Pascal. Porque sí, hay milagros, como multiplicar los peces o hacer que Lázaro se levante y camine, aunque Pascal no les dé ninguna importancia y hasta lo incomoden, ya que no acaba de desentrañar qué se espera de él, cuál es su cometido en este mundo. Y supongo que esos milagros son los que motivan que la frase promocional hable de realismo mágico y García Márquez; pero, de no haberla visto, ni por asomo hubiera pensado en ese género y en ese autor al leer esta novela.
Resulta muy curioso cómo Maryse Condé introduce tantos personajes y pasajes de Nuevo Testamento como quien no quiere la cosa, parodiándolos, resignificándolos. Y aunque eso haga que sepamos quién va a traicionar a Pascal o cómo va a acabar, todo resulta en cierto modo nuevo, actual.
Diría que El evangelio del Nuevo Mundo me ha gustado mucho más que La Deseada; aun así, tampoco ha conseguido engancharme. He leído mi reseña de hace dos años antes de escribir estas líneas y me he dado cuenta de que el escollo ha sido el mismo. Lo que decía de la anterior novela también lo puedo aplicar a El evangelio del Nuevo Mundo: «… es pura narración, apenas hay (…) diálogos. Se suceden los personajes que va conociendo (…) y la vida misma (…). Pero todo se cuenta, no se detiene a mostrarnos nada con mayor detalle, y por eso la lectura me pareció algo densa». Creo no exagerar si afirmo que en el ochenta por ciento de las páginas aparecen personajes nuevos que, en su mayoría, tan rápido como aparecen se esfuman.
Es una pena que no acabe de conectar con el estilo de la autora, por lo que no sé si volveré a leer algo de ella. Aun así, valoro la ironía que subyace en su prosa y su forma de dar la vuelta a una historia tan conocida como la vida de Jesucristo para hablar de sus temas recurrentes: colonialismo, racismo, explotación y globalización. Sin duda, en El evangelio del Nuevo Mundo, Maryse Condé hace un alarde de sus bondades como autora.