“El expreso de Tokio”, de Seicho Matsumoto
Creo que este es el primer libro policíaco japonés que he leído en mi vida, y no por ninguna razón especial. Es algo que me dio que pensar e investigar un poco. Así que, ni corto no perezoso, cuando la rubia de ojos misteriosos y piernas largas, tan largas que llevaban al mismísimo suelo, me contrató cogí la gabardina y el sombrero y bajé al bar de Mike a tomar un copazo y a encender un cigarro. Después de unos cuantos tragos volví al piso (llamarlo hogar sería pretencioso cuando solo hay una cama y una botella de güisqui para hacerme compañía) haciendo eses, pero con la satisfacción de haberle sacado al camarero la información que buscaba. A saber: aunque este género es muy popular en Japón, apenas se ha traducido en España y otros países hispanohablantes. Afortunadamente, gracias al tirón de Murakami, las editoriales están poniendo remedio y se están lanzando a traducir más noir nipón.
(Fin de la investigación y 200 pavos bien ganados).
Pesquisas aparte, si obviamos los nombres (Mihara, Toki, Yasuda, Tomiko, Sayama,…) lo que más me ha llamado la atención de El expreso de Tokio ha sido la ausencia de alcohol por contraste con el policíaco yanki. Hace poco leí El asesinato como diversión, de Fredric Brown, (muy recomendable, por cierto), y en él el protagonista forzosamente debía de averiguar la identidad de un asesino. Era raro el momento del día, ya fuera en su casa o en el bar, en el que no estuviera bebiendo. Incluso una de las frases que soltaba y que se me quedo grabada venía a decir más o menos: “…no sé qué hacer. Voy a beber algo…”
En cambio aquí, el subinspector Mihara tomará cafés y se pondrá muy contento (mente limpia, eh) al hacerlo.
Pero bueno, esto no son más que hechos “circunstanciales” y El expreso de Tokio se configura como un grandísimo ejercicio de precisión, es una auténtica maquinaria de reloj suizo. ¿Y por qué lo digo? En seguida lo explico.
Los cadáveres de un funcionario, de un ministerio sobre el que se está llevando a cabo una investigación por corrupción, y de una camarera aparecen en la playa una mañana. Dada la postura y proximidad de los cuerpos en el acto se da por hecho que son amantes que se han suicidado juntos. Sin embargo, al veterano policía Torigai algo le chirría y decide que no está todo tan claro. Sus sospechas serán el inicio de algo que tendrá que completar el subinspector Mihara.
Sin desvelar nada diré que la trama gira de una punta de Japón a la otra, cobrando una especial y crucial importancia los horarios de trenes, que además son los vigentes en el año de la novela, 1947, y de ahí lo del reloj suizo.
Se lee con comodidad pero conviene ir apuntando en un papel los horarios y nombres de ciudades de origen y destino que van apareciendo.
En cuanto al estilo cabe resaltar lo directo qué es. No hay adornos ni rodeos innecesarios y eso es, creo yo, algo diferente al policíaco occidental. Hay mucho orden en los pasos que se van siguiendo, mucho método… no sé cómo explicarlo. Es muy formal y serio, muy organizado… muy japonés.
Por otra parte, en todo momento, desde la primera página, estamos inmersos en una trama que va creciendo en intensidad e interés. Cuando Mihara choca con el “muro”, chocamos nosotros también porque empatizamos con los esfuerzos y deducciones que ha hecho y con los que hemos pensado al igual que él “¿pero cómo no lo habíamos visto antes si lo teníamos en nuestras narices?”, para luego resultar ser un camino equivocado y volver a la casilla de salida…
Como curiosidad decir que a Seicho Matsumoto lo apodaban “el Simenon japonés” y que El expreso de Tokio se publicó por entregas en una revista entre 1957 y 1958 con gran éxito.
Un gran libro del género, un buen entretenimiento y una buena forma de hacernos pensar. Grande, Matsumoto.
P.D. (que, por si Mariló Montero se lo pregunta, significa posdata): Sí, definitivamente es mi primer policíaco japonés, pero no será el último.
Estoy deseando leerlo, muy buena reseña y recomendación.
Gracias! Léelo, no te decepcionará.
Un abrazo!