Un condenado a muerte amenaza a los presentes con que su espíritu regresará para atormentarlos por haber cometido esa injusticia con él. Una dama helada mata a un leñador y advierte al compañero que lo buscará para matarlo si cuenta a alguien lo que ha visto. Una mujer se arrepiente de haber donado su espejo para construir la campana del templo y la maldice para que sea destruida. Un ciego es secuestrado cada noche por los espíritus de clan Heike para que les recite sus batallas con su extraordinaria voz. Un fantasma sin rostro se aparece en la cuesta de Kii a los caminantes solitarios. Un joven acoge en su casa a un samebito, un hombre tiburón del mar, que ha sido desterrado. Estos son los puntos de partida de los seis relatos recogidos en El fantasma sin rostro y otras historias de terror.
En este manga escrito por Sean Michael Wilson e ilustrado por Michiru Morikawa, aparecen algunas de las historias que recopiló Lafcadio Hearn, un escritor griego-irlandés que vivió en Japón los últimos catorce años de su vida. Unas son versiones japonesas de historias chinas; otras, antiguos textos nipones y, el resto, cuentos que los japoneses siguen relatando por las noches, a la luz de los farolillos.
La palabra original que les da nombre es kaidan, que significa algo así como cuentos clásicos sobre lo raro, lo extraño y lo místico. Suele traducirse como «relato de terror» de forma equivocada, pues esa no es su pretensión, pero sus continuas referencias a la muerte y a todo lo que la rodea hace que los occidentales lo cataloguemos de ese modo. Los kaidan de El fantasma sin rostro muestran la difusa línea entre los vivos y los muertos, tan característica de la cultura nipona, donde los espíritus tienen poder sobre los mortales e irrumpen en sus vidas para maldecirlos o premiarlos. Tienen un toque macabro (presente también en los cuentos de autores decimonónicos como Edgar Allan Poe) que no llega a transmitirnos horror, pero sí nos causa cierta inquietud.
Sean Michael Wilson ha mantenido el lenguaje de Hearn, introduciendo los cambios justos para adaptarlo al formato visual. De esta manera, sus historias centenarias se presentan ante los lectores actuales con aire renovado pero con la esencia de la tradición japonesa: supersticiones, misterios y fantasmas. Son historias breves y sus finales, abiertos, turbadores o incluso felices. La sencillez de su lenguaje y estructura nos retrotrae a su origen oral y, en ese contexto, no dudo que estas historias provocaran más de un escalofrío.
Japón sigue siendo un país enigmático y atrayente para los occidentales, porque poco o nada tiene que ver su visión de la muerte, y de otras muchas cuestiones, con la nuestra. Por eso, he disfrutado con cada una de las historias de El fantasma sin rostro y otras historias de terror, desde las más inocentes a las más retorcidas. Pero me ha sabido a poco: solo seis historias, solo una pequeña muestra de los mitos de Japón. Así que, a la espera de un nuevo volumen compilatorio de los relatos de Lafcadio Hearn, veré qué otras joyas de la literatura japonesa ha rescatado la editorial Quaterni, para seguir enamorándome de ese lejano país tan fascinante.