El farsante feliz

El farsante feliz, de Max Beerbohm

El farsante feliz

 

Confieso que soy un ser despreciable. Miento, engaño, estafo, soy un pirómano, un ladrón, hago el mal por puro placer, les meto petardos encendidos en la boca a las lagartijas,  y tengo las obras completas de **** (algunos crímenes son tan monstruosos que no estoy preparado todavía para confesarlos) . En fin, para qué seguir.

Y después de esta confesión, que en el fondo no es sino un desesperado grito pidiendo ayuda, viene la pregunta: ¿tengo salvación? ¿Puedo convertirme en un hombre de bien y reintegrame en la sociedad? Quizá lo mío sea parecido a lo de Lord George Hell…

 

Se cuenta que de todos los que alguna vez formaron parte de la corte del Regente, ninguno fue tan perverso como Lord George Hell.

De esta brillante guisa se abre el relato El farsante feliz, de Max Beerbohm. Nacido en Londres en 1872, Beerbohm fue uno de esos hombres brillantes, refinados, agudos y nacidos para la mordacidad que suele regalarnos Inglaterra. Además de cuentista y novelista, destacó en su faceta de caricaturista, y su obra está expuesta en museos y bibliotecas universitarias de Gran Bretaña y Estados Unidos.

El planteamiento de la historia que nos ocupa no puede ser más sencillo: un hombre malo malísimo cae víctima de Cupido (no, no es un modo de hablar), se enamora de una dulce doncella y decide declararle su amor y pedirla en matrimonio. Ella se siente halagada, pero lo rechaza por tener cara de malo. Ella sólo se casará, dice, con un hombre que tenga una cara de santo. Ahí es nada, el desafío.

Como todos sabemos, cuando el amor llega así de esta manera, uno no tiene la culpa, así que, ni corto ni perezoso, nuestro amigo decide que, si para complacer a su amada tiene que conseguir una cara de santo, la conseguirá.  Desde luego, uno no puede evitar hacer comparaciones con la gran novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray. Aunque las dos historias son diferentes, y según se mire, completamente opuestas, no dejan de tener un mismo hilo conductor, y éste es la relación entre la bondad (o la maldad) y el físico. La fábula de Beerbohm es muchísimo más breve que la obra del irlandés, pero las cuestiones que plantea son igual de interesantes. ¿Es la cara el espejo del alma? ¿O sucede justamente lo contrario? En cualquiera de los dos casos, ¿podemos entonces modificar, corregir, nuestra alma? ¿Es una verdad inalterable aquello de la mona que se viste de seda? En definitiva, ¿podemos ser dueños de nuestro destino?

El farsante feliz está narrado con un irresistible sentido del humor e ironía. Con el significativo subtítulo de “Un cuento de hadas para hombres cansados”, la historia contiene ciertamente muchos elementos  de los cuentos de hadas, e incluso podríamos remontarnos a unas fuentes más concretas, verbigracia, la mitología romana. Eneas, Apolo, Vulcano y el ya mencionado Cupido juegan todos un papel fundamental en este relato, que, digámoslo ya por si no ha quedado claro, es una pequeña y precisa obra de relojería literaria, donde cada pieza tiene su función y el conjunto final es digno de admiración. Breve, intensa, inteligente y divertida.

1 comentario en «El farsante feliz»

  1. ¡Qué bien lo has vendido Niño vampiro! Especialmente con esta frase “Como todos sabemos, cuando el amor llega así de esta manera, uno no tiene la culpa” XD
    Ahora no voy a poder evitar leerlo. Gracias por la recomendación. 🙂

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