El festín de John Saturnall, de Lawrence Norfolk
Milord, los malvados crecen como la hierba y el
hombre virtuoso florece y se alza como una palmera..
De las muchas imágenes tristes que anidan en el catálogo de melancolías que es el imaginario colectivo, no creo que la menos dolorosa sea la de la contraportada de un libro que ha emocionado al lector cerrándose sobre éste dejándole tanto un vacío como una criatura llamada a crecer en su memoria. Se suele asimilar el disfrute de un libro a la velocidad con la que se lee, a la dificultad para dejarlo y su capacidad para restarle horas al sueño, pero hay otro índice del disfrute lector que es para mí más ilustrativo: cerrar el libro cada poco, releer párrafos por gusto, leérselos a los demás, cualquier cosa que sirva para retrasar el temido momento en que haya que pasar la última página y tener que lidiar con un vacío complicado de manejar, aunque en este caso particular se puede contar con un aliado de excepción: la cocina
La cocina en la que se preparan alimentos o la cocina en la que se confitan los afectos, porque da la sensación de que Lawrence Norfolk cocina como escribe, para su mujer según reza la dedicatoria (imposible no sentirse identificado), pero también escribe como cocina, esto es, a fuego lento. El festín de John Saturnall ha tardado doce años en estar listo, y tanto para el lector que lo devore como para el que lo deguste, son doce años muy bien invertidos, porque el plato está en su punto justo. Pínchelo en el muslo y brotarán jugos claros. La literatura, como la cocina, sólo sabe de un plazo: el necesario.
Los reyes erigen sus estatuas y los eclesiásticos construyen catedrales. Un cocinero no lega monumentos, sino migajas. Sus creaciones más singulares son víctimas de los estropajos de las fregonas. El destino de sus platos más gloriosos es ir a parar al cubo de la basura.
El festín de John Saturnall no es un libro de gastronomía, aunque en muchas páginas se segreguen jugos gástricos a discreción, no es un libro fantástico aunque recorra caminos míticos con la misma naturalidad y brillantez que discurre por otros rabiosamente realistas. No es un libro romántico, aunque esconda entre sus muchos tesoros una historia de amor tan entrañable como hermosa y, finalmente, no es un libro histórico, aunque el trabajo de ambientación y documentación sea ciertamente espectacular. Lawrence Norfolk nos cuenta la historia de un festín de leyenda, un festín en el que los primeros hombres compartían mesa en pie de igualdad, y los platos nos alimentan leídos igual que, susurrados, sacian el apetito de Lady Lucretia cuando no pueden ser ni cocinados ni gritados a los cuatro vientos, pero lo que verdaderamente degustamos no es el festín en sí sino la otra parte de la ecuación: lo degustaban juntos y como iguales. Este es un libro de fraternidad, lo que defiende es eso, comer juntos y como iguales, aunque sean manzanas silvestres, pan de castañas o raíces del bosque.
Probad una manzana silvestre de esta clase (Quodling) y comprobaréis que es tan agraz como una novia desairada. Hornead, en cambio, a fuego muy lento, una de estas frutas silvestres, y la encontraréis maravillosamente dulce. La realidad que retrata Lawrence Norfolk en El festín de John Saturnall es como una de esas manzanas ácidas. El autor retrata un mundo de superstición, de intransigencia y de oscuridad, pero el horneado literario paralelo al culinario al que el autor somete a la realidad retratada hace emerger su lado dulce, humano. La historia no es la dueña de la época, sino quienes la vivieron. El dueño del festín no es el cocinero, lo son quienes lo disfrutan. El dueño del libro no es el autor, lo somos quienes lo leemos y lo hacemos nuestro. El protagonista de esta historia no es John Saturnall, lo son todos los personajes, lo somos todos nosotros.
Pero El festín de John Saturnall no es solamente una gran historia, es una gran historia que transcurre entre fogones. La comida, sea por su abundancia o por su escasez, sea por su elaboración o por su simplicidad, sea pública o furtiva, que de todo hay, es importante, es parte de la historia y está en relación directa con las emociones de los personajes. Los cocineros se obsesionan con la búsqueda de un festín digno de un rey hasta que aprenden que lo verdaderamente difícil es encontrar a un rey digno del festín. El festín de Saturno, esté compuesto de las más exquisitas viandas o de nueces y castañas, sólo tiene sentido cuando es cocinado para todos, cuando es disfrutado por todos en armonía. Incluso por quienes no lo merecen, y ese es el verdadero secreto de la cocina de John Saturnall, su primer conocimiento, el que heredó de su madre antes aun de haber pisado una cocina y que sin embargo fue el que más tiempo le llevó aprender.
Una receta no es más que la promesa de un plato, pero el plato nos muestra asimismo la medida de su cocinero, dice Lawrence Norfolk, y es una de los muchos paralelismos a establecer entre la cocina y la escritura. La historia que cuenta El festín de John Saturnall es buena, pero el libro, esa historia cocinada al fuego del talento de Norfolk, es extraordinaria.
– Me dicen que habeis pasado por todas las salas –dijo el hombre-, que os habéis dedicado por entero a todas las ocupaciones. Mis encargados me aseguran que ningún pinche de cocina se mostró tan deseoso de aprender como vos. ¿Qué habéis aprendido, John Saturnall?[…]
– Que sé menos que cuando empecé, maese Scovell –Farfulló como pudo el muchacho.
– Para su sorpresa, el cocinero jefe sonrió:
– Entonces… habéis llegado lejos.
Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es
Es uno de los próximos que tengo para leer y la verdad es que estoy deseando empezarlo. A ver si termino pronto el que tengo entre manos y me pongo pronto a leerlo.
¡Saludos!