El fin de los dinosaurios, de Javier Tomeo
Pronuncia Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma en su despedida al autor de estos microrrelatos, un “hasta siempre” que suena a despedida eterna, a pesar de que las obras siempre permanecen. Y uno no puede evitar sentir un pellizco en lo más hondo cuando se da cuenta que, por razones obvias, Javier Tomeo ya no volverá a escribir nada más y a regalarnos sus letras por mucho que lo queramos. Sigue Daniel Gascón, afirmando que en la obra del autor “lo cotidiano y lo perturbador forman parte de la lógica”, y no podría estar más de acuerdo cuando uno entra en el mundo de estos textos que, leídos como pequeñas gotas que van cayendo del vaso y que manchan poco a poco el cuerpo del lector, es como si se encontrara entre dos mundos que se superponen y se entremezclan creando ilusiones fatídicas y frases contundentes que cuando se disparan a los ojos de los que le leemos, es como si un nuevo universo se formara dentro del ya existente, como en una suerte de confluencia entre lo soñado y lo real, que en su formato más pequeño, se transforma de repente en algo grande, en algo que no necesita de extensiones supremas ni de palabras vacías. Cada una de ellas, de esas palabras que encienden y apagan los cerebros, están elegidas con tanto tiento, con tanta perfección, que es como si nos acompañaran, como si nos guiaran por un camino ya asfaltado que, aunque no conozcamos, es como si lo hubiéramos recorrido de por vida. Así es la vida de estos microrrelatos, o así podría haber sido la vida del autor, que se fue demasiado pronto, tan pronto que la señora de la guadaña siempre se lleva, cómo no podía ser de otra manera, a los más grandes antes de tiempo.
Si estuviéramos atentos, no con una gran atención, pero sí al menos con todos los sentidos alerta por lo que pudiera pasar, entenderíamos que Javier Tomeo (1932 – 2013) ha sido uno de los autores que se ha permitido el lujo de permanecer agazapado, sin grandes ostentaciones, pero que se ha metido de lleno en aquello que algunos llamamos Literatura, con esa mayúscula que tanto recoge y que tanto representa. Pocas vees – con la excepción de Eloy Tizón, al que admiro de igual forma – uno se sorprende tanto ante la maestría convertida en texto y ante esa sutileza con la que un autor hace posible lo que nosotros pensábamos imposibles, esto es, engrandecer una historia pequeña para que el lector se la imagine y la continúe, casi convierta un relato en una novela, y que invente finales o continuaciones. Eso es lo que sucede con El fin de los dinosaurios que, como en esa especie extinta que desapareció hace millones de años, es como si abriéramos una puerta que había permanecido cerrada por mucho tiempo, permitiendo que sus palabras entren y salgan de un recuerdo que se las da de riguroso, pero que en realidad es selectivo, eligiendo lo que recordar y pensando una y otra vez en los relatos que aquí acontecen, porque de eso se trata, de que sucedan, de que se vayan siguiendo unos a otros hasta llegar a un final del camino, que no será un final en realidad, porque implicará un nuevo comienzo aunque Javier, él, el autor, ya no se encuentre entre nosotros.
La vida de un relato no se mide por la longitud, no somos capaces de agarrar un metro y decir exactamente cuáles son sus medidas extraordinarias. ¿Quién sería capaz de decirlo una vez leído El fin de los dinosaurios? Planteárselo sería no hacer honor a Javier Tomeo que nos endulza, para poco después arrebatarnos eso y transformarlo en agrio, en oscuridad o incluso suciedad, en ironía mezclada con el sarcasmo, en frases vehementes, en lapidarias, en aforismos que en realidad no lo son pero lo parecen, en definitiva, en una suerte de juego de espejos, de imágenes que se retuercen y se convierten en la distinción hecha libro, este libro en concreto, participando de la satisfacción que da encontrarse relatos como La sombra inmóvil en un juego entre cuerpo y sombra, separadas sin saber muy bien qué sucede o incluso en Amores imposibles donde perros y focas son tratados como personas y se enamoran sin ser correspondidos. Así fue, es, será el universo de Javier Tomeo, inclemente como una tormenta de verano que cala los huesos, para poco tiempo después ser un sol abrasador que nos caliente y seque cuando el escalofrío esté apareciendo. Abrigo y desnudez en un sólo lugar.