El genuino sabor, de Mercedes Cebrián
La frontera que separa sentirse en casa de ser un completo extraño es tan fina que a veces, con un detalle nimio como lo es una textura, puede que nos haga comprender que no estamos en nuestro lugar de origen. Y lo buscamos, intentamos crear un pequeño hogar en aquellos rincones donde se presupone que no puede haberlo, quién sabe por qué, para ver que lo que nos rodea tiene ese aire nuestro que es lo que lo describe como propio. Somos seres acostumbrados al hogar, por eso cuando nos echan, cuando nos toca, cuando lo que podemos llamar como destino – o como simple puñetera realidad – nos arrastra a otro país, resulta que abrimos la puerta e intentamos que absolutamente todo nos recuerde que estamos en nuestra casa, o al menos en un casa que lo parezca. Pero no hay que engañarse. Ni las calles, ni las cortinas, ni los alimentos con los que regamos la mesa y el mantel son los nuestros. El genuino sabor es lo que en una receta sería el postre, la parte final de aquellos viajes que recorremos en busca de una autenticidad propia, pero ante la que – paradojas de la vida – nos intentamos esconder por el miedo a cambiar demasiado, a frotar la realidad con tanta fuerza que hagamos que pierda el sabor de lo que nos parece único e irrepetible. Al fin y al cabo, ya lo dijo Cavafis hace mucho tiempo: la vida que aquí has destruido, la has destruido en toda la tierra. Y como pequeños seres aniquiladores, nos destrozamos la nuestra por un aroma, por un gusto, por una textura que, de sopetón, nos transporta a recuerdos que creíamos olvidados y que, aunque estemos en otra ciudad y en otro contexto, nos hace darnos cuenta que no somos tan diferentes como nos pensamos.
Almudena acaba de aterrizar en Londres en uno de esos viajes que le hará vivir en el extranjero por un tiempo. Ella es uno de los muchos viajeros a los que les toca cambiar de ciudad, y buscar en sus aceras, en su comida y en la gente que les rodea, batallando porque aquello que parece inofensivo no acabe comiéndose hasta el último de sus huesos.
Ser extranjero debe ser algo así como ser una una hoja de lechuga en un plato de pasta: algo extraño, pero que está ahí listo para el abordaje. Mercedes Cebrián, con todas las energías puestas en el papel, describe una situación que todos los que hayamos viajado – y nos hayamos quedado – en un país extranjero hemos vivido en algún momento: la sensación de no ser nosotros mismos los que vivimos esa realidad. El genuino sabor es una historia de búsqueda, esas pruebas de ensayo – error que, al más puro estilo perro de Pavlov requiere la vida para que hallemos nuestro sitio mientras allá afuera, en las calles de un país que nos acoge a la fuerza, todo parece el caos que lleva a la ruina y a la pérdida de una identidad labrada a base de pequeños souvenirs que poco tienen de verdadero recuerdo y mucho de estampa vacía de lo que se ha venido en llamar ser una “persona de mundo” como si ser de todo el globo terráqueo, como si ser una persona globalizada, te diera la libertad para encontrar la felicidad en aquellos rincones de los que, minutos después de haber aterrizado, ya has olvidado el nombre. Almudena, la amazona subida a lomos de un caballo cojo, es la heroína que nos llevará por las calles londinenses en concreto, y mundiales por otro, para ver que aquello que se nos ha vendido como un sueño que realizar no deja de ser una imagen idealizada que tiene mucho de disfraz con las costuras a punto de romperse.
La vida debe tener lo que tiene El genuino sabor: una pizca de sordidez, la cucharada justa de felicidad envasada al vacío, un golpe del calor escondido en el abrazo de unos amigos que nos quieren a pesar de nosotros mismos, y un proceso lento de andamiaje en el que los países, como los enemigos con los que peleamos en sueños, nos devastan pero también construyen las bases de lo que, en un futuro imperfecto, se convertirá en lo que somos… realmente. Mercedes Cebrián, que con la pasión de las cocinas a fuego lento construye esta historia, envuelve al lector con una potencia que se distribuye a través de las palabras y que, con las suaves puntuaciones y las palabras bien escogidas, crea un menú que sólo disfrutaremos intensamente cuando al terminar el libro traguemos saliva y nos demos cuenta de los ingredientes que hemos devorado. El tiempo, después, hará que lo digiramos en consecuencia. Lo que debe hacerse, como prevención, es simplemente disfrutar.