A todos los lectores nos gusta que un libro, aparte de proporcionarnos entretenimiento, alimento para el magín, escapismo, sonrisas, lágrimas, o lo que sea que cada uno busca en la literatura, nos permita viajar (especialmente, y aquí óigase un gran suspiro, en estos días de confinamiento doméstico). Las historias de Twain no serían lo mismo sin ese Misisipí y sus meandros. Dickens, sin Londres, es menos Dickens. Cuesta imaginar a Nabokov sin el telón de fondo del Berlín de entreguerras. Del primer Borges, todavía recordamos los bajos fondos bonaerenses. Y, por poner fin a una lista que sería interminable, ¿qué sería de Kafka sin Praga?
Pues bien, la Praga kafkiana, esa Praga tan alejada de las postales, esa ciudad oscura y misteriosa cuyos viejos edificios se nos vienen encima a la vuelta de cada esquina y por la que se pasean gatos negros, cándidas prostitutas y buhoneros judíos, seguiría estando perfectamente representada en la literatura gracias a Gustav Meyrink y su clásico El Golem.
Cuenta la leyenda que, hace cuatro siglos, el rabino Loew tuvo un sueño en el que se le ordenaba crear una gigantesca figura de barro para ponerla al servicio de los habitantes del barrio judío. La figura cobraba vida cuando se le introducía en la boca “una hoja mágica”. Se convertía entonces en un autómata de una fuerza descomunal que ayudaba al rabino a tocar la campana en la sinagoga y a hacer los trabajos duros. Sin embargo, una noche en que el rabino olvidó sacar la hoja mágica, el Golem enloqueció y destruyó cuanto encontró a su paso.
Esta es la leyenda que sirve de trasfondo a la fascinante novela que nos ocupa, leyenda que, como todas las grandes historias, es absolutamente inmortal, dado que nos lleva desde la historia de Adán y Eva hasta el inminente primer robot inteligente, pasando por Frankenstein. Pero no es esa la historia que nos cuenta El Golem, sino la de Athanasius Pernath, un tallador de piedras preciosas al que nos encontramos en ese estado de confusión de quien vuelve a la conciencia tras un periodo en blanco. Pernath recuerda que antes de acostarse estuvo leyendo sobre la vida de Buda, pero su memoria no llega más allá. Es un hombre sin memoria y, por lo tanto, sin pasado, aunque sospecha que sufrió un ataque de locura.
Nuestro héroe vive en el barrio judío de Praga, y su vida, que se desarrolla entre mugrientas tabernas y habitaciones sin puerta, gira alrededor de un puñado de personajes tan misteriosos como él. Tenemos, por ejemplo, a Hillel, erudito del Talmud, de cuya mano se introduce en el conocimiento de la Cábala, que parece obsesionarlo. O qué me decís de Laponder, su eventual compañero de celda, un hombre que “deambula” en sueños, momento en el que sale de su cuerpo y se introduce en otros. Y por supuesto, el Golem, que reaparece cada treinta y tres años y al que algunos aseguran haber visto estos días por Praga.
Ilustrado con los exquisitos y lúgubres dibujos de Alejandra Acosta, de quien hace años hablábamos aquí, El Golem , novela que ha fascinado e intrigado a generaciones de lectores, es uno de los libros más alucinantes que he leído en mucho tiempo. Así que, si os gustan los libros oscuros, de historias que se enroscan unas sobre otras, y que plantean un desafío al lector, con El Golem tenéis para muchas lecturas.
Don Juan: Bien por usted y por su presentación de El Golem de Meyrink. Llegué a ese libro, si mi excelsamente traicionera memoria no me la juega, siguiendo a Borges. Y vaya que fue una buena orientación. A ver si puedo echar un vistazo a esta edición. Los dibujos pueden darle una dimensión nueva a este peculiar libro.
Saludos, oh lectores.
https://imagoestinaqua.blogspot.com/
Muchas gracias por su comentario, don Salva. Estoy seguro de que hasta Borges apreciaría las ilustraciones de este libro.
Un saludo.