Quien haya leído las anteriores obras de Juan Jacinto Muñoz Rengel, como El asesino hipocondríaco, habrá visto que este autor malagueño busca la novedad en la escritura y le gusta romper los encorsetamientos de los géneros literarios.
Quien haya acudido a alguna de sus presentaciones o charlas habrá comprobado que es un apasionado de la ficción, en su vertiente creadora pero también en la lectora, y posee un significativo bagaje cultural, por lo que sus referencias a otros autores son habituales y muy instructivas.
Quien se aventure a leer su nueva novela, El gran imaginador, encontrará esa novedad, rotura de etiquetas y referencias literarias habituales en él, y disfrutará de su historia más ambiciosa (hasta el momento) y de un protagonista que tiene los elementos necesarios para pasar a la posteridad. Porque Nikolaos Popoulos, el imaginador, el soñador anacrónico, el fabulador interior, el salvador del mundo, nacido en Grecia, la tierra de la tragedia, los dioses prodigiosos, los héroes legendarios y los monstruos imperecederos, es el personaje que todo escritor quisiera crear… o ser, pues tiene el talento de inventar desde la nada, recordar todo lo visto y lo nunca visto y adelantarse siglos a sus contemporáneos.
No voy a adentrarme en detalles sobre la trama, ya que la grandeza de esta obra es su capacidad de sorprender al lector. Solo decir que podría considerarse una novela iniciática a grandes rasgos, una amena novela de aventuras por el Occidente y Oriente del siglo XVI, una puntual inmersión en los géneros de terror y ciencia ficción, una trama con fuertes anclajes históricos, una narración con un maravilloso toque de realismo mágico y un despliegue absoluto de fantasía, todo ello aderezado con el humor característico de Muñoz Rengel. El subtítulo de la obra, La fabulosa historia del viajero de los cien nombres, aporta el resto de información necesaria.
El gran imaginador es un libro que solo un gran lector podría escribir. Está plagado de guiños a otras obras, desde clásicos como Homero a contemporáneos como Oliver Sacks o G. R. R. Martin, aunque las referencias más evidentes y continuas son a Cervantes y El Quijote. Muñoz Rengel plantea así un juego metaliterario para los lectores más avezados, sin olvidarse de los lectores ocasionales, que encontrarán igualmente una historia llena de acción.
Pero El gran imaginador es, sobre todo, una obra que solo un gran escritor podría crear. La invención de un personaje de la magnitud de Popoulos y el manejo de una compleja estructura, que ensambla sin aristas ficción y hechos históricos, demuestran la capacidad de un autor que ha alcanzado su madurez narrativa y el excepcional trabajo de documentación que ha llevado a cabo. No sorprende que Muñoz Rengel haya invertido catorce años en gestar este libro.
Los amantes de la lectura empatizarán con Popoulos, pues les hará revivir la emoción infantil con la que se descubre la literatura y el cataclismo interior que provocan ciertos libros. Pero aún más lo harán los escritores, que comparten con él ese desbordamiento de las ideas, esas ganas de publicar, ese deseo de escribir el libro para el que han sido creados.
Popoulos dice, en un momento dado de la novela, que no se puede sentir otra cosa que admiración por los autores de los libros que encierran vidas y mundos enteros, que nos transportan y embriagan y que nos hacen vivir un tiempo regalado. Y estoy completamente de acuerdo con él. Por eso, quiero mostrar en estas últimas líneas mi admiración, como lectora y escritora, hacia Muñoz Rengel, por si en el resto de la reseña no ha quedado evidenciado. Quien lea El gran imaginador, creo, coincidirá conmigo.