“Ven, que te como”, le decimos con una sonrisita traviesa a nuestro niño de dos años, o dirigiendo una mirada picarona a la pareja en nuestros momentos más cachondos. La relación entre amor y canibalismo viene de lejos, del pozo de los siglos, y nunca ha dejado de inquietarnos. ¿Y quién es más caníbal, ellas o nosotros?
Dejo esa pregunta, con las predecibles especulaciones sobre vaginas dentadas, a los discípulos de Freud. Porque lo que hace el gran Robert Crumb con El gran libro yum yum no tiene nada de estudio sobre el subconsciente colectivo y sí mucho de apasionada (y divertida, y delirante) declaración de amor.
Crumb es un bicho raro, que es como se nos ha llamado toda la vida a los friquis. De hecho, el término friqui no acaba de definirnos. Los friquis coleccionan tazas de Star Wars. Los bichos raros como Crumb y yo (y admito que ahí se acaba todo parecido entre ambos) somos esos tíos capaces de estarnos una hora mirando fijamente a una chica que nos gusta y, una vez nos hemos armado de valor, nos acercamos a ella y le preguntamos la hora. Nos la dice, le damos las gracias y volvemos a nuestro rincón. Damos miedo, lo sé. Crumb va más lejos en esta torpeza con las mujeres, y de hecho ha confesado que siente una fuerte hostilidad hacia ellas. Los bichos raros no entendemos que no se nos entienda. Pero cuando encontramos a quien sí lo hace, nuestra devoción es absoluta.
Nos dice el autor en el prólogo que dibujó esta historia cuando era un virgen de diecinueve años. Dos años más tarde conoció a Dana, quien sería su primera mujer, y le regaló el libro como prueba de su amor. Podemos conjeturar, pues, que Guntra, la maciza coprotagonista de la historia, no representa a Dana sino al ideal de mujer con la que soñaba Crumb, a saber, una mujer de armas tomar, desinhibida, sin afán de encajar en el canon estético de nuestros raquíticos tiempos y, naturalmente, de una madurez emocional a años luz de la de él.
Como buen bicho raro y feúcho que es, en este libro , que tanto tiene de autobiográfico, Crumb se retrata a sí mismo como un sapo, ya sabéis, esos batracios que, en los cuentos tradicionales, imploran un beso de amor para poder recuperar su forma humana. Y eso nos lleva al que, a mi juicio, es el aspecto más interesante de la obra. Con su proverbial modestia, Crumb califica a esta obra temprana como “muy inmadura y adolescente”. Pero como yo sí soy quién para corregir al autor, voy a darle la vuelta a la afirmación: El gran libro yum yum brilla por la frescura y el desparpajo de un joven Crumb que volcó en él toda su pasión juvenil y buena parte de las lecturas que lo habían formado. De entrada, el libro tiene el subtítulo de “La historia de Oggie y la habichuela” y, en efecto, unas habichuelas mágicas juegan un papel importante en la historia. Gracias a ellas, Oggie, que viene de un mundo cuyos habitantes, animales antropomorfos, nos remiten al clásico infantil inglés El viento en los sauces, llega al Edén del Génesis, donde, en una vuelta a la tortilla, en lugar de un feliz y solitario Adán, nos encontramos a la hermosa y siempre hambrienta Guntra, que, entre travesuras, engaños, pasión y mentiras, nos lleva a un apocalíptico y rabeleisiano clímax.
¿Inmaduro y adolescente, señor Crumb? Más bien, genial.
1 comentario en «El Gran Libro Yum Yum, de Robert Crumb»