Recuerdo que uno de mis pensamientos más frecuentes cuando estudiaba Historia en el instituto era que el tiempo en el que me había tocado vivir era posiblemente el más aburrido hasta la fecha. Todos los siglos tenían sus momentos transcendentales, pero de lo relativo a las últimas décadas del XX y a la primera del XXI apenas hubiese podido rellenar un par de hojas de estudio, y eso estirando mucho los textos. Sin embargo, no hay duda de que en los últimos años se han ido produciendo una serie de cambios de magnitudes enormes, a los que quizás no les hemos dado la importancia suficiente porque nos han pillado viviéndolos, pero que puestos sobre el papel uno puede hacerse a la idea de su gravedad. Así, la llegada de un ser como Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, el resurgimiento con fuerza de los populismos o la constante amenaza del terrorismo internacional, hechos que muy pocos podían prever hace apenas un par de años, muestran que nos encontramos en un momento crucial de la historia y no precisamente por ser bueno. En este complejo contexto, libros como El gran retroceso ayudan a entender cómo hemos llegado aquí y las posibles vías para que esta tendencia perniciosa cambie lo antes posible.
Este es un libro de lectura urgente, ya que debido a la velocidad a la que se producen los acontecimientos, pronto será necesario introducir nuevos ingredientes a las reflexiones de los autores. De hecho, las elecciones de Francia se celebraron con posterioridad a la publicación de este libro, con lo que, afortunadamente, el temor a la figura de Le Pen podemos dejarlo aparcado de momento, aunque quién sabe por cuánto tiempo.
Los artículos son muy variados, tanto como sus autores. Los hay puramente políticos, otros más humanísticos y filosóficos y otros que se decantan por una visión puramente periodística. Como es normal, la calidad y el interés que despiertan los textos también es variado, pero a nivel global me ha resultado un compendio de ideas realmente interesante. De entre los intelectuales de renombre que participan en el libro, como Santiago Alba Rico, Nancy Fraser o Paul Mason, me gustaría destacar a Zygmunt Bauman, no solo por la claridad con la que expone su alegato en contra de la intolerancia y en defensa de una cultura de diálogo que acabe con el individualismo atroz que nos rodea, sino también porque Síntomas en busca de objeto y nombre fue uno de los últimos textos que este gran pensador redactó antes de fallecer.
De lo que no cabe duda es de que todos los autores tienen una visión política bastante similar, con muchos matices, por supuesto, pero con un buen número de ideas que salen continuamente a la palestra. De entre ellas destaca la crítica unánime al neoliberalismo, esa corriente ideológica que no para de transformarse y de regenerarse para adaptarse a los nuevos tiempos, a la que los autores no tienen miedo en señalar como la principal culpable de la situación en la que nos encontramos. Y es que resulta irónico que el modelo que nos ha llevado a la mayor crisis económica en décadas, que ha conseguido unos niveles de desigualdad entre los ciudadanos nunca antes vistos y que ha aprovechado la situación para llevar a cabo recortes y privatizaciones en todos los frentes posibles siga siendo el mayoritario en el mundo desarrollado.
Por no cerrar la reseña con un tono pesimista diré que también se puede sacar un mensaje positivo de esta lectura, ya que los autores de El gran retroceso consideran mayoritariamente que existen alternativas para derrotar al monstruo neoliberal y que todavía no es tarde para cambiar el rumbo. Veremos, aunque yo todavía no tengo nada claro qué les tocará estudiar en la asignatura de Historia a nuestros hijos.